De los ocho testigos que transitaron ayer el Tribunal Penal 2. citados a declarar en el debate oral que tiene seis policías provinciales acusados de “tortura agravada seguida de muerte y ocultamiento de pruebas”, el relato del médico hoy subjefe del Cuerpo Médico Forense, Carlos Sebastián Wolhein, detalló las lesiones que sufrió Carlos Raúl Guirula (33) y que resultaron determinantes para desencadenar en el óbito.
La descripción fue precisa e incluyó estimaciones respecto a que si a la víctima, detenido a golpes en un motel de esta capital, en lugar de llevarlo a la comisaría Decimotercera se dirigían las patrullas hacia el hospital Madariaga o a la división Sanidad Policial, su vida podría haberse salvado con procedimientos que no requerían de complejidad de instrumentos.
“Las fisuras de las costillas 7, 8 y 9 del hemitórax derecho comprometieron el bazo arterial y provocaron el foco de sangrado dentro de la cavidad torácica hasta que colapsó el pulmón y la víctima perdió la capacidad respiratoria. Se podía salvar la situación, un médico residente lo resolvería a tiempo con la colocación de un tubo pleural. Con tres inspiraciones el pulmón se habría dilatado”, resumió el galeno ayer ante los jueces Gregorio Augusto Busse, Fernando Luis Verón y Miguel Mattos, integrantes del tribunal para este juicio, iniciado 11 años después del hecho.
Wolhein también aclaró que Guirula sufrió múltiples lesiones en el cráneo y pecho. Por ejemplo, explicó que en el hemitórax izquierdo el albañil sufrió fisuras lineales en seis costillas, de la tercera a la octava, pero ninguna tuvo desplazamiento.
Al respecto apuntó que, en el hemitórax derecho las tres costillas rotas sí se desplazaron y lesionaron el pulmón. Esta lesión correspondería con la equimosis o huella de un golpe que dejó marcada la suela de un calzado en el pecho del obrero constructor, pero para que se desplazaran tuvo que sufrir una fuerza anteroposterior que produce la compresión torácica y que las tres costillas ya fisuradas se desplazaran y penetraran el pulmón.
Esta afirmación se uniría al relato de uno de los acusados, suboficial de la comisaría Decimotercera, Carlos Da Silva, quien declaró en el juicio que su camarada Ricardo Rafael Escobar saltaba sobre la espalda de Guirula boca abajo y esposado sobre la cajuela de la Toyota Hilux, patrulla de la seccional involucrada cuando lo trasladaban detenido hacia una celda, como lo ordenó la encartada Lourdes Tabárez, oficial a cargo del procedimiento, quien también habría participado de la golpiza a Guirula en el hotel transitorio de la avenida Andresito y Santa Catalina, al que fueron llamados presuntamente porque un cliente se negaba a pagar una botella pequeña de whisky de 104 pesos.
Wolhein también se explayó sobre si las lesiones corresponden a una persona en estado de indefensión. Fue consultado por el fiscal Vladimir Glinka en este punto y resaltó que por el grado de alcohol en sangre que registró Guirula, 3,1 gramos por litro, “ese nivel pone a un individuo en un estado de reflejos abolidos, estado de indefensión y su cuerpo no amortigua ningún golpe porque no ofrece resistencia”.
Fue consultado por uno de los defensores de lo seis acusados sobre si las técnicas de RCP que le practicaron a Guirula en la comisaría podrían haber provocado las fisuras de las costillas. “Es casi inviable”, respondió el forense. “No existen antecedentes de muertes por roturas de costillas por RCP”, amplió Wolhein y recordó que por contextura física la víctima en esta causa era robusta, alta y fuerte para tolerar las técnicas de reanimación cardiopulmonar (RCP).
La jornada de declaraciones de ayer se inició con las voces de las dos trabajadoras sexuales que acompañaron a Carlos Guirula y sus dos amigos al motel mencionado durante la madrugada del sábado 19 de julio de 2014.
Ambas mujeres fueron halladas por investigadores de la Dirección Homicidios tras la orden emitida el jueves pasados cuando no se presentaron al debate.
La que acompañó a Guirula ratificó su testimonio en la etapa de instrucción del expediente. Repitió que charlaron durante la hora que duró el turno y que el albañil no le pareció un hombre violento. “Él me dijo que conversáramos nomás, porque nunca había estado en esa situación. Me pagó también el whisky que tomó y nos fuimos porque a mí me había llamado un cliente”.









