La coherencia no es solo un valor ético, ni una aspiración moral. Es una frecuencia vital, una forma de estar en el mundo que permite que la energía fluya sin interferencias. Cuando lo que pensamos, sentimos y hacemos está alineado, el cuerpo se relaja, el entorno responde, y la vida se vuelve más clara, más liviana, más verdadera. La coherencia no es perfección, sino presencia. Es la capacidad de habitar lo que somos sin fragmentación, sin contradicción interna, sin traicionar lo que sentimos por lo que creemos que “deberíamos” hacer.
En cambio, cuando hay disonancia, cuando el cuerpo dice una cosa, el corazón otra y la mente otra más, el sistema se fragmenta. Aparecen síntomas físicos, tensiones musculares, insomnio, ansiedad, confusión. El entorno también lo refleja: vínculos que se tensan, decisiones que no prosperan, proyectos que se desvanecen. La incoherencia no es un error, es una señal. Nos muestra que algo necesita ser escuchado, integrado, sanado.
En los procesos de ecosanación, restaurar la coherencia es uno de los primeros pasos. No se trata de imponer una idea de orden, sino de permitir que cada parte del ser se exprese y se escuche. El cuerpo tiene su verdad, la emoción tiene su ritmo, el pensamiento tiene su estructura. Cuando esas dimensiones se reconocen mutuamente, aparece la coherencia como resultado natural. Es entonces cuando el sistema se armoniza, y la salud -en su sentido más amplio- comienza a manifestarse.
Las plantas medicinales pueden ser grandes aliadas en este proceso. No solo por sus principios activos, sino por su memoria, su vibración, su forma de estar en el mundo. Cada planta tiene una coherencia interna que puede enseñarnos algo. Algunas nos ayudan a liberar, otras a sostener, otras a ordenar. En el caso de la coherencia emocional y energética, una planta especialmente valiosa es el Guayubira (Cordia americana), árbol nativo de la selva misionera, asociado con la claridad mental y el orden interno. Su esencia ayuda a despejar la confusión y recuperar el eje. Como compartió Karen en diciembre de 2022: “Tomé Guayubira, me encantó. Visión clara, energía, darse cuentas amorosas. Piernas doloridas, necesidad de hacer limpieza”. Esta planta también enseña a parar a tiempo, a frenar con gracia antes de cruzar el umbral del desgaste.
La Pitanga (Eugenia uniflora) aporta otra dimensión: la alegría de estar con uno mismo. “La soledad me sienta bien. Soy feliz cuando estoy solo/a también. Me veo bien”. Su medicina abre el corazón sin exigir compañía, permitiendo que el vínculo con uno mismo sea fuente de plenitud.
El Aromito (Acacia caven) sostiene la fuerza de levantarse. “Todo puede cambiar. Me levanto”. Su presencia firme ayuda a establecer límites sanos y recuperar la energía vital. Acompaña procesos de renacimiento y afirmación del propio lugar en el mundo.
En este camino, también es esencial reconocer la pureza del acto. Cuando el ego se infiltra en el hacer, cuando creemos que lo que hacemos es “importante”, el acto pierde su potencia sanadora. Como dice Javier Wolkoff: “Cuando haces algo y crees que es importante, ahí se arruina”. No se trata de minimizar el valor de lo que hacemos, sino de recordar que el poder está en la entrega, no en el protagonismo. La tierra no necesita héroes, necesita presencia. La comunidad no necesita salvadores, necesita coherencia.
El alma no necesita logros, necesita verdad. Alan Watts lo expresó así: “La espontaneidad es la esencia del proceso creativo. Cuando intentas controlarlo, lo bloqueas”. Y Krishnamurti nos recuerda: “La acción verdadera no nace del deseo de éxito, sino de la comprensión”.
En Ecosanación, honramos el hacer silencioso, el gesto que nace del cuidado y no del mérito. Porque ahí, en lo invisible, es donde ocurre la verdadera transformación. Las plantas medicinales, como maestras vivas, nos enseñan que la coherencia no se fuerza, se cultiva. Y que cuando el ser se alinea, la vida responde.
Anahí Fleck
Magister en Neuropsicología. 0376-154-385152








