Adriana Judit Batista (25) es una bióloga posadeña recibida en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) que viajó a la Amazonia boliviana como parte de un proyecto financiado por la ONG Asociación Boliviana para la Investigación y conservación de Ecosistemas Andino Amazónicos (ACEAA) y la consultora Amandes.
El propósito fue relevar muestras de la diversidad biológica de la selva tropical de ese país que, a diferencia de la brasileña, no se había estudiado en profundidad.
El viaje surgió luego que se contactaran con su director de beca y doctorado en ciencias biológicas por la Universidad Nacional de Córdoba, Dr. Nicolás Niveiro, y lo hizo en función de colectar tanto musgos como hongos e identificar la mayor cantidad posible.
“Traje 140 muestras de hongos, que no son muchos porque no era la época -suelen fructificar en otoño-. Estaban un poco secos, pero, a pesar de eso, traje un buen número”, dijo quien durante dos semanas permaneció en suelo boliviano como la única argentina de la “expedición”.

Indicó que, “si se encuentran taxones nuevos de plantas, animales, hongos, sería muy interesante para el proyecto, sería muy rico para que esto pudiera seguir financiándose, que se puedan seguir haciendo más muestreos, más análisis”, dijo.
Luego, agregó: “En mi caso no fue tan productivo que se hiciera en invierno porque los organismos son estacionales, si hubiese sido en otoño, no iba a dar abasto. La idea es analizar en laboratorio, de ser posible hacer análisis molecular de alguna de ellas, y sería genial que alguno sea un organismo o una especie nueva”.
Batista era la única encargada de las criptógamas y estaba acompañada de varios biólogos bolivianos (herpetólogos, ornitólogos, botánicos, mastozoólogos). “Fue una experiencia linda, difícil, un poco rara”, definió, al describir el viaje desde su arribo al aeropuerto de Santa Cruz de la Sierra, tras casi dos días entre vuelos, escalas y conexiones.

“Subimos a unos buses, luego a unos botes de madera a motor, en los que nos desplazamos por el cauce de un río por unas diez horas. Llegamos a un sitio llamado Providencia, donde residen unas pocas familias, casi a la medianoche y armamos las carpas. La comunidad se dedica a la cosecha de castaña y carece de electricidad y señal de Internet”, contó.
Comentó que “salíamos temprano desde el campamento hacia la selva, donde hacíamos un muestreo sistemático. Traté de encontrar todas las muestras que pude, y en ese intento, me perdí dos veces. A las 17 volvíamos, comíamos, nos bañábamos en el río, pasábamos en limpio anotaciones y procesábamos las muestras porque a los hongos, como a las plantas, había que secarlas”.
A pesar de la falta de comunicación, “fueron días buenos porque uno conecta mejor con el trabajo. Cuando se quiere ser biólogo, se sueña con ir al Amazonas, fue una experiencia extrema: en carpa, sin baño, sin luz, sin ducha, pero linda, enriquecedora”.

Entre las anécdotas, manifestó que hubo “una especie de choque cultural porque fuimos acompañados por baqueanos y nos invitaron sopa de tortuga. Tuve que rechazar porque avisé que no consumo carne, y me dio un poco de impresión”.
Tras siete días en Providencia, fueron a la comunidad de Santa Ana, donde quedaron otros siete, con una rutina similar. En ese lugar el monte era más lindo porque estaba menos degradado que el primero.
“Fue una oportunidad muy buena, conocí lugares, culturas, situaciones, perspectivas, pude ver cómo se maneja el sistema científico y tener pantallazos que hacen apreciar tu realidad”, sintetizó la hermana de Tamara y Pablo e hija de Wenceslado y Anahí, una enfermera que tuvo que socorrerla a su regreso, debido a una picadura, se presume, de arañas venenosas.





