Vivimos tiempos ruidosos. Las palabras circulan a una velocidad que no permite asentar el sentido. Opinamos más de lo que preguntamos. Reaccionamos antes de comprender. En medio de esta vertiginosa manera de vincularnos, la escucha -auténtica, atenta, humana- parece haberse convertido en un lujo. Sin embargo, es el cimiento más profundo de la convivencia pacífica y del bienestar en cualquier comunidad, especialmente dentro de las organizaciones.
Escuchar no es simplemente oír. Escuchar es dejarse afectar por lo que el otro dice, abrir un espacio interno donde sus palabras, sus silencios y hasta sus gestos encuentren hospitalidad.
Escuchar es un acto espiritual, porque requiere presencia, humildad y disposición a soltar el control. Es también un acto político: cuando escuchamos, reconocemos la dignidad del otro, validamos su existencia, rompemos el monólogo del yo para dar lugar al nosotros.
En las organizaciones, la calidad del ambiente está íntimamente relacionada con la calidad de los vínculos. Esos vínculos se fortalecen o se erosionan según cómo y cuánto nos escuchemos. ¿Cuántos conflictos evitables estallan simplemente porque alguien no se sintió visto, no se sintió tenido en cuenta, no fue escuchado a tiempo?
El reconocimiento es el otro nombre de la escucha. Reconocer no es solamente felicitar o premiar; es decirle al otro: “Te veo, te registro, tu presencia tiene valor para este grupo”. Cuando alguien se siente reconocido, no necesita gritar para existir. Y cuando las organizaciones practican la escucha y el reconocimiento como cultura -no como protocolo-, florecen relaciones más saludables, climas más cooperativos y liderazgos más humanos.
Escuchar con empatía, sin interrumpir, sin querer tener razón de inmediato, sin llevar el tema a uno mismo, requiere un entrenamiento del alma. Pero los frutos son transformadores: se disipan tensiones, se resignifican malentendidos, se reencuentran caminos comunes. La escucha construye confianza, y donde hay confianza, hay posibilidad de convivir incluso en la diferencia.
Tal vez la paz no sea otra cosa que eso: el resultado de muchas pequeñas conversaciones bien escuchadas. Tal vez transformar nuestras organizaciones y nuestras comunidades no empiece por grandes reformas, sino por pequeños gestos de reconocimiento cotidiano: mirar a los ojos, preguntar con interés genuino, dar lugar al silencio del otro sin apurarlo.
Escuchar no resuelve todo, pero es el umbral silencioso que permite que lo verdaderamente humano pueda comenzar.
Dra. Valeria Fiore
Abogada-Mediadora
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