Este martes habría cumplido 125 años Enrique Cadícamo, uno de los últimos bohemios porteños, autor de casi dos centenares de tangos (desde “Los Mareados” hasta “Nostalgias” y “Garúa”, entre otros) que recogieron el esplendor y la decadencia del Buenos Aires de las décadas de 1930 y del 40.
Nacido en la localidad bonaerense de General Rodríguez el 15 de julio de 1900, fue el décimo hijo de un matrimonio de inmigrantes italianos que 8 años más tarde se mudaría a Floresta.
Desde muy pequeño, Cadícamo empezó a sentir devoción por la literatura: autores como Julio Verne, Víctor Hugo, Charles Baudelaire o los griegos Píndaro, Virgilio y Horacio lo subyugaron durante su juventud.
A los 17 años, escribió “Pompas de jabón”, su primer tango. En esa época ya era amigo del cantautor José Razzano (quien integró un famoso dúo con Carlos Gardel), relación que le permitió conocer al “Morocho del Abasto”.
“Estábamos un día en casa de Razzano cuando Gardel me vio y me preguntó: ‘¿Cuántos años tenés, 16? ¿A quién le pungueaste la letra de Pompas…?’. Era mi primer tango con música del pianista Goyeneche (tío del célebre Polaco), y después Carlos Gardel lo terminó grabando”, recordó en alguna ocasión Cadícamo.

Lo cierto es que se terminaría convirtiendo en uno de los protagonistas del género tango-canción que popularizó el propio Gardel (quien registró 23 temas del compositor a lo largo de su carrera) y uno de los artistas que mejor sintetizó la poesía de la música ciudadana.
También supo dibujar la ironía, la crisis de valores y la desesperanza y, así como Enrique Santos Discépolo produjo el genial “Cambalache”, Cadícamo retrató la época con “Al mundo le falta un tornillo” (1933).
Inseparable amigo del pianista Juan Carlos Cobián -compañero en la composición de tangos como “Nostalgias”, “Los Mareados”, “A pan y agua” y “Como un sueño”-, conformó con él un dúo inolvidable.
Entre 1928 y 1931 vivió en París (Francia), donde escribió el famoso “Anclao en París”, en el que puso de manifiesto “la bohemia con la que los argentinos vivían en Francia en aquella época”, de acuerdo a su propia reflexión.
“Muñeca brava”, “La casita de mis viejos” y “Che papusa oí” son otras de las notables piezas que compuso, inspirado por “la obstinación permanente por la nostalgia y la melancolía” que confesó siempre.

Falleció en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1999, dejando también como legado un buen puñado de poemas, ensayos literarios, obras de teatro y guiones cinematográficos.
“Canciones grises” (1926), “La luna del bajo fondo” (1940), “Viento que lleva y trae” (1945) y “Abierto toda la noche” (1948) son parte de la obra poética que escribía en el tiempo libre que le dejaban sus empleos en la repartición pública.








