Aunque parezca un gesto menor, desechar restos de fruta en entornos naturales puede generar problemas ambientales y poner en riesgo a los animales silvestres. Este hábito, muy común durante paseos o picnics, parte de una idea errónea: la creencia de que lo orgánico no contamina. Pero la evidencia señala lo contrario.
Cáscaras de bananas, corazones de manzana, carozos de durazno. En principio, son desechos naturales. Muchos piensan que al tirarlos en la naturaleza simplemente se reintegran al ecosistema, sin dejar huella. Sin embargo, guardaparques del Parque Nacional Glacier, en el estado de Montana (EEUU), afirman que estas sobras tienen consecuencias negativas y no desaparecen tan rápido como se cree.
El primer mito a desterrar es que todo residuo orgánico se degrada en poco tiempo. La realidad es que su descomposición depende del entorno, y puede demorar desde semanas hasta años. Por ejemplo, en esa reserva natural declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, una cáscara de banana puede tardar hasta dos años en degradarse. Una cáscara de naranja, unos ocho meses. Un corazón de manzana, al menos dos. Todo este tiempo, los restos permanecen visibles, alterando el paisaje y generando acumulación de residuos en senderos y áreas verdes.

Pero además del impacto estético y ambiental, hay un riesgo más grave: la afectación directa sobre la fauna silvestre. Animales como zorros, mapaches o aves carroñeras pueden sentirse atraídos por estos desechos, ingerirlos y sufrir consecuencias digestivas, intoxicaciones o cambios en sus hábitos alimenticios. Según explican los guardaparques, muchos animales no están adaptados a consumir frutas cultivadas ni sus semillas, y algunas pueden incluso resultarles tóxicas.
“Puede parecer un acto ecológico, pero en realidad estamos exponiendo a los animales a algo que su organismo no reconoce como alimento. No están preparados para digerir estos restos”, señalan desde el parque Glacier. A eso se suma otro peligro: cuando los desechos se tiran desde vehículos en movimiento, los animales se acercan a las rutas atraídos por el olor, lo que aumenta el riesgo de ser atropellados.
El mensaje, entonces, es claro: todo residuo, incluso el orgánico, debe ser retirado de los espacios naturales. La práctica recomendada es llevar una bolsa para recoger y transportar los restos de comida, y disponerlos en casa o en contenedores adecuados. Si bien muchos de estos desechos son ideales para el compostaje domiciliario, en la naturaleza su impacto puede ser dañino y persistente.
“Devolver a la tierra lo que nos da” puede ser una idea noble, pero no siempre se traduce en una acción responsable. La naturaleza no necesita cáscaras ni restos, sino visitantes conscientes.
Fuente: Medios Digitales







