Juan Carlos Leiva llevaba mucho tiempo durmiendo en la entrada de un edificio ubicado en la calle Perú, en el corazón del microcentro de Mendoza. Bajo un pequeño techo que apenas lo protegía del frío, pasaba sus días acompañado siempre por su fiel perro, Sultán. La fuerte decisión de no separarse de su mascota lo llevó a rechazar la opción de ingresar a un refugio y a postergar incluso la atención médica que necesitaba. Finalmente, tras una larga agonía, falleció días atrás.
María del Carmen Navarro, una vecina que trabaja en la limpieza del edificio donde Juan solía quedarse, fue quien lo asistió en sus últimos momentos y quien, tras su muerte, cumplió la promesa que le hizo: cuidar de Sultán.
“Yo le decía que fuera al hospital, que yo me quedaba con el perro, pero no quería dejarlo solo. Me decía balbuceando que cómo iba a hacer para buscarlo después. Él lo único que quería era cuidar al perro”, recordó María, emocionada, en diálogo con el diario Los Andes.
El 26 de mayo, María advirtió que Juan estaba muy deteriorado. “Estaba agitado, no respiraba bien, tenía los ojos llenos de lagañas, no podía sentarse solo”, relató. A pesar de las insistencias de vecinos y personal preventor, Juan se negó a ser trasladado porque no quería separarse de Sultán. Finalmente, accedió a ir al hospital cuando María le prometió que cuidaría del perro en su casa.
El estado de salud de Juan era grave: padecía EPOC, neumonía y problemas cardíacos. Fue trasladado al hospital Scaravelli de Tunuyán, donde murió en soledad, lejos de sus conocidos, y sin que su hijo —también en situación de calle— pudiera ser localizado.
Desde el Gobierno provincial señalaron que Juan no quiso ingresar a un albergue, pero María aseguró que las condiciones en esos lugares no eran adecuadas. “No lo dejaban entrar con el perro y cuando lo hicieron, lo golpearon. A veces venía con moretones”, denunció.
El vínculo entre Juan y Sultán era indestructible. “Pasé varios días con él en mi casa, le armé una casita, le llevé el colchón sucio de Juan para que no lo extrañara”, contó María. Sin embargo, al tener ya otros animales rescatados, decidió buscarle un nuevo hogar.
Afortunadamente, la hija de los dueños de un kiosco cercano, que conocía a Juan y a Sultán desde hace tiempo, adoptó al perro.
“Ahora duerme calentito, con un abrigo azul, en un sillón de su nueva casa. Le dije a Juan que estaba cumpliendo mi promesa: que Sultán tuviera un buen hogar”, afirmó María.
“Juan no tenía nada, pero tenía un amigo y tenía valores. Dio la vida por su perro”, concluyó emocionada.
Fuente: TN Noticias









