Antonia Gauna (96) nació en Caá Caraí, Ituzaingó, Corrientes, pero se estableció aquí a los 17 años, donde estudió corte y confección, y se dedicó al oficio hasta la repentina muerte de su esposo. Contó que su papá la trajo a casa de su tía Hilaria “porque se dio cuenta que quería tener novio -escuchó esa conversación de sus padres en idioma guaraní-.
Ella estaba en Francisco de Haro y Cabred, y cosía ropa para choferes, cuyos paquetes de género traían desde una fábrica. Yo era su ayudante por lo que también aprendí a coser, a hacer ojales, a pegar botones. Luego me hizo estudiar en una academia que quedaba sobre la avenida Uruguay”.
En uno de los bailes del Parque Japonés, se conoció con Silvano Almeida, un efectivo del Ejército Argentino oriundo de San Ignacio, y tras dos años de noviazgo, se casaron en la iglesia catedral, el 26 de diciembre de 1952.
Vivían en una casa de alquiler por calle Hungría cuando el militar fue trasladado, primero a Goya y, luego, a la capital correntina, donde terminó su carrera con el grado de suboficial mayor. Pensando en el retiro, instaló una fábrica de soda, pero el entusiasmo duró muy poco porque la muerte repentina lo sorprendió a los 47 años.
“Mamá dice que fue a causa de la emoción porque amaba su profesión y tras la despedida se lo vio triste, melancólico”, manifestó Norma, la única hija del matrimonio (Alba Alicia también falleció).
Antonia tenía 43 años cuando quedó viuda. Con sus hijas, regresó a Posadas y se radicó por la avenida Lavalle -donde aún reside- pero ya no quiso seguir como modista y vendió la máquina que su esposo le había obsequiado tras el casamiento.
“Me especializaba en hacer ropa para damas. Me ocupaba de la confección de pantalones, vestidos, sacos, pero a partir de ese momento me dediqué a ser ama de casa”, agregó, emocionada por las pérdidas que aún no supera.
“Ya no tenía el mismo entusiasmo. Ya no resultaba lo mismo, solamente lo hacía para mis hijas, algunos arreglos para el barrio y para alguna de las vecinas que era amiga. Como me encanta la cocina, fui alternando”, dijo, la abuela de siete nietos: Liliana, Mónica, Ingrid, Darío, Cristian, Daniel y Antonella; once bisnietos y seis tataranietos.
Con Silvano se conoció en el Parque Japonés, adonde iba con sus primas Basílica y Nicolasa y la atenta mirada de su primo Antonio, por expreso pedido de Hilaria. El predio tenía tejido alrededor y un portón para ingresar.
“Cuando pasé, me largó un piropo y después entró. Me buscó y me invitó a bailar, y acepté. Y me terminé casando después de años de noviazgo. Yo tenía 23 y él 27”, dijo.
Allí había tres pistas de baile. No faltaban el bolero, la milonga, el vals, el paso doble. En Ituzaingó, donde vivía con sus padres: Narciso y Valentina y 13 hermanos, bailaba chamamé pero “ahora que ya no puedo bailar, solo escucho. ‘Laguna totora’ es mi tema preferido, con el que entré a mi fiesta de los 90”.
A Antonia le gusta mirar los programas de entretenimiento, algunas noticias, programas de cocina y de moda y, a pesar de las molestias en la rodilla, trata de cumplir con algunas tareas.
“Le encantan las plantas, el patio y no disimula su pasión por la cocina, donde colabora picando cosas. Cuando se lava ropa, ella es la que dobla las prendas y, en ocasiones, las plancha, aunque deba hacerlo sentada. Es que toda la vida fue muy activa, muy dinámica y, sobre todo, muy coqueta”, reseñó Norma.







