Las elecciones de este y el próximo mes sumergen al país en un clima de campaña, sobre todo al Gobierno nacional, que cuenta con varios de sus alfiles entre los candidatos. Esta campaña cuenta con la activa participación del denominado “triángulo de hierro” y varios ministros.
En este contexto, la economía se orienta hacia el objetivo principal: octubre. El Gobierno busca llegar a ese mes con un dólar accesible y estable, y con una inflación mensual que comience con 1. Esta es la estrategia y el verdadero potencial electoral.
Sin embargo, en la coyuntura actual, la sociedad está distante de preocuparse por el precio semanal del dólar o por lo que pueda suceder con la inflación en agosto o septiembre. Para la mayoría de la población, el interés se centra en levantarse cada mañana y llegar a la noche en las mejores condiciones posibles, y que el mes no se haga interminable.
En este escenario, es válido evaluar cómo funciona el plan económico, ya que no impacta de la misma manera en todos los sectores. Algunos están prosperando, otros no. No es lo mismo el trabajo formal que el informal, ni desarrollar una pequeña empresa que una de gran envergadura.
El consumo se convierte en un factor determinante, y las inconsistencias que se presentan mes a mes también influyen en el rumbo de la campaña.
Es cuando resurgen los discursos altisonantes y cargados de agresividad, difíciles de ignorar. Sin duda, forman parte de la estrategia que los gobiernos utilizan históricamente cada vez que necesitan abrirse paso en medio de un universo de ambigüedades.
En los últimos días, la estrategia se centra en el periodismo, un rubro “al que no se odia lo suficiente”. Sin embargo, no deja de ser un ataque calculado. El Gobierno espera con esto redirigir el castigo electoral hacia sectores que no le son afines, ampliando la integración de lo que denomina “la casta”.
La matriz de este Gobierno es claramente populista, y el populismo requiere siempre del establecimiento de responsables o culpables. Antes era “el campo”, ahora es “la casta”; antes eran los “fondos buitre”, ahora son las “ratas miserables” del Congreso.
Todo está cuidadosamente calculado mientras la economía oscila entre avances y retrocesos. La cuestión radica en trasladar la tensión a otro ámbito. Se hizo antes y se hace ahora, es la estrategia.





