
Estamos viviendo un tiempo especial: vertiginoso, convulsionado, desafiante en todos los sentidos… Y no se trata de un fenómeno local, sino de algo que ocurre a escala global.
Se escuchan muchas voces que coinciden en este diagnóstico. Pareciera que, como nunca antes, la humanidad está expuesta a múltiples situaciones, muchas de las cuales se han salido de control.
El viejo refrán “peor el remedio que la enfermedad” bien podría aplicarse a este momento.
La inmediatez que implica vivir “en tiempo real” nos hace, aunque no seamos contemporáneos de la entrañable Mafalda, pensar y sentir: “¡Paren el mundo, que me quiero bajar!”.
Muchos creen que migrar a otro lugar les traerá la paz tan deseada. Algunos, al hablar de Dios, se enfocan en su amor. Otros, en cambio, transmiten un mensaje de tono apocalíptico, afirmando que Dios está airado, castigando y destruyendo a la humanidad.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Cómo vivir -o sobrevivir- en medio de todo esto? ¿Hacia dónde ir? Seguramente ya te habrás dado cuenta de que se trata de un tema profundo y crucial, porque en verdad lo es.
Estimado lector, hoy quiero darte una buena noticia. La Biblia, que es la Palabra de Dios, narra innumerables historias de personas como vos y como yo, que en su época enfrentaron dilemas similares y encontraron respuestas en Dios.
Tomemos como ejemplo a dos figuras bíblicas clave, Jeremías y Job. A Jeremías, Dios le dijo: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”.
El clamor es más que una simple oración o un rezo: es un grito profundo del alma. Etimológicamente, se relaciona con la acción de llamar a alguien para hablar a solas, desde lo íntimo.
Job, por su parte, llegó a desesperarse. A pesar de creer en Dios, dijo: “Si yo supiera dónde encontrar a Dios, iría hasta su trono para presentar mis quejas y argumentos por la injusticia que he sufrido”.
Entonces se produjo un diálogo divino. Dios le preguntó: “¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra?”. ¿Podés imaginar el rostro de Job ante semejante pregunta? Permitime una sonrisa, porque si me hubiera pasado a mí…
Después de ese clamor sincero, Dios respondió. Y así comenzó un proceso de revelación: la revelación de esas “cosas grandes y ocultas” que solo pueden conocerse a través de una comunión profunda con Él.
Tras su experiencia, Job reconoció que su relación con Dios había sido superficial. De hecho dijo: “De oídas te había oído”.
Se arrepintió de haber buscado respuestas en medio del enojo y la queja, y terminó diciendo: “Escúchame, te ruego, y hablaré; te preguntaré, y tú me enseñarás”.
Dios está muy cerca… ¡Está a la distancia de un clamor! Se habla mucho de Él en estos tiempos, pero a menudo no es suficiente. Todo cambia cuando el clamor genuino se convierte en un poderoso detonante espiritual que nos abre a la dimensión de la revelación, esa que Job resumió así: “Pero ahora mis ojos te ven”.
Para terminar, permitime una expresión de fe: que nuestro clamor a Dios sea más fuerte que todas las voces que se oyen y resuenan, incluso aquellas que generan pensamientos contrarios a los planes y propósitos que Él tiene para cada uno de nosotros.





