Rubén Darío Garcete (68) trata de aprovechar el tiempo al máximo. Está radicado en Japón hace 26 años, pero el año pasado, tras la muerte de su madre, debió volver a la tierra colorada a fin de realizar trámites. Mientras van corriendo los plazos y, “como soy inquieto y me gusta el movimiento”, se inscribió para cursar la licenciatura en la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la UNaM.
Como si fuera poco, rápidamente se integró al Centro de Adultos Mayores (CAM) de Villa Sarita, donde fue proclamado rey. Más adelante, fue electo monarca a nivel municipal, lo que lo llevó a participar, por primera vez en su vida, en la fiesta del carnaval tanto en el barrio Itaembé Miní como en el Yohazá.
Con el mismo grupo, comparte campamentos y viajes. También bailó folclore en el anfiteatro “Manuel Antonio Ramírez” junto al grupo de danzas “Alma Gaucha” y el ballet de la Municipalidad de Posadas.

Garcete está radicado en Tochigi, a una hora de viaje de Tokio, la capital nipona. Junto a su esposa, Isabel Tamada, había viajado por un año, pero ya lleva 26 viviendo en el continente asiático. Es que su compañera es descendiente de japoneses, nacida en la colonia Federico Chávez, municipio de Capitán Miranda, Itapúa, Paraguay.
Los padres de la mujer se habían asentado en Posadas, donde sobre la calle Alberdi, eran propietarios de un comercio y permanecieron en el barrio a lo largo de 60 años. Luego llegó una cadena de supermercados y tuvieron que cerrar porque se hizo imposible la competencia.

En ese entonces, la pareja tuvo la idea de emigrar a Japón, por un año. “Vendimos todo y viajamos porque mis suegros ya se encontraban en ese país. Eso nos facilitó bastante las cosas. Queríamos quedarnos un año, pero en ese tiempo ‘no se puede hacer nada’”.
Apenas aterrizó, Garcete empezó a trabajar y en el camino se ingenió para hacer de todo: desde el rosado de montes, vender arroz por kilogramo para la comunidad latina, enseñar idioma español, podar césped, podar árboles, procesar alimentos japoneses, hasta fingir ser “cura” para una empresa que realizaba casamientos al estilo occidental.
“Había una empresa que contrataba a extranjeros que hablaran doble idioma. Me postulé y comencé a trabajar los sábados y domingos, durante tres años, con dos oficios a la mañana y uno a la tarde. De esa manera pude recorrer una gran parte de Japón”, comentó quien poco después comenzó a cumplir tareas en la fábrica de heladeras y aires acondicionados Hitachi. Era una jornada de ocho horas, sumado a otras cuatro o cinco extras. En ese lugar permaneció veinte años, hasta que pudo acceder a la jubilación. Hace un año, solitario, regresó a la tierra colorada.
“Mi familia ya no quiere volver. Mi hija Kiomi Macarena se fue con dos años -también es padre de Mara-, hizo la primaria, la secundaria y el terciario y está trabajando en el área de autopartes de la automotriz Nissan, además de desempeñarse como traductora”.

La tierra colorada “es única”
Garcete recordó su paso por el barrio Tiro Federal, el balneario, el famoso boliche “El Prado” que supo frecuentar durante su juventud y “mis vecinos, a los que extraño, pero ya no están”. De la costa del río, la familia, integrada por Juan de Dios Garcete, prestigioso zapatero, dueño de la zapatería “El Relámpago”; Elba Concepción Cabrera, una calificada modista y ama de casa, y sus tres hijos: Rubén Darío, Alberto y Nahir Isabel, se mudó a Roque Pérez y Alberdi. Los inicios de Don Garcete fueron en un garage de Santa Fe y San Lorenzo, cuando tenía 20 años. Se caracterizó por ser el primero en hacer forrado de zapatos para mujeres (quince años, casamientos y fiestas).
“Papá era paraguayo, al igual que mi madre, a diferencia que él llegó de Encarnación y ella desde Asunción. Yo tenía unos diez años cuando venimos al centro. En el colegio Roque González cursé toda la primaria y parte de la secundaria y me recibí de bachiller pedagógico en la Escuela Normal Mixta Estados Unidos del Brasil. Empecé a estudiar ciencias económicas, pero en tercer año me casé, me recibí de papá y surgió lo del viaje a Japón”, recordó el protagonista de esta historia.

Admitió que durante los primeros tiempos “me costó un poco vivir en Japón, pero después me adapté. El primer idioma que aprendí fue el portugués porque los descendientes de japoneses de Brasil eran los que mayor mano de obra ofrecían”.
Entonces, casi obligatoriamente, “tuve que aprender el idioma para que me puedan conseguir un trabajo. Y unos dos años me costó aprender el japonés. Lo incorporé rápido porque siempre trataba de trabajar con ciudadanos japoneses. Además, mi señora ya hablaba al 100%. Cuando vivía en Posadas, dentro de la casa familiar se hablaba solamente japonés. Ella aprendió el castellano afuera, en la escuela, pero dentro del hogar era obligatorio”.

“Estoy satisfecho, me gustó vivir allá y quiero seguir viviendo. Con lo poco que ganábamos nos dábamos muchos gustos, cosa que en Argentina no podemos hacer. Con un poco de sacrificio, después de cinco años de trabajo, nos compramos la casa, cosa que en Posadas o en Argentina no es posible. Fue una buena experiencia”.
En Japón, Garcete también enseñaba el español y los sábados y domingos iba a estudiar japonés. “Fui guía de turismo para muchos latinos y a raíz de eso, ahora me inscribí en la Facultad de Humanidades la UNaM para estudiar licenciatura en turismo. Japón es hermoso. Invito a todos a que visiten ese país, pero recomiendo que lo hagan en mayo que es cuando se inicia la primavera. De esa manera se disfrutas más porque en el invierno es un poco frío y cuesta más”.
Indicó que, “como se puede apreciar, es un país muy tecnológico. Por ejemplo, en algunos restaurantes ya no existen los mozos porque fueron reemplazados por los mozos robot. Hay fábricas que ya no necesitan de las personas porque están completamente robotizadas, y se va perdiendo el trabajo de los humanos”.

Un gran susto
Recordó que en 2011 “tuvimos un terremoto muy grande, de 7 grados, por lo que tuvimos que tomarnos vacaciones obligadas y venir a Posadas. La pasamos mal ese día. Estábamos acostumbrados al movimiento de la tierra, pero en menor escala, porque allí todos los días suele haber terremotos, pero leves”.
Expresó que durante los primeros tiempos “no nos acostumbrábamos, pero después aprendimos a dormir tranquilos, aunque siempre está ese movimiento. Ese día nos despertamos asustados. Vivíamos en un tercer piso. Siempre aconsejan que cuando comienza, hay que abrir las puertas porque después ya no se puede salir. Y ese día bajamos los tres pisos en una milésima de segundo a causa de la desesperación. Nos asustó bastante. Conseguimos pasajes, que fueron abonados por el gobierno argentino y gracias a eso pudimos venir”.
El matrimonio aprovechó la oportunidad “que mi hija también viniera a conocer a sus abuelos, y nos quedamos un año. Ella terminó la secundaria en el Lisandro de la Torre, pero no le gustó la idea de vivir en Argentina, por lo que tuvimos que volver”. E
n ese tiempo, Garcete participó en la Agrupación Coral Misiones -dirigida por Norma “Bebi” D’Indio- institución que ya había frecuentado siendo joven. Al regresar, el año pasado, “estuve un tiempito con la profesora, hasta que se nos fue y ahora todos la extrañamos. Me gusta la música, el arte, la decoración, la pintura, bailo folclore, hago de todo”.

Aseguró que Misiones “siempre está en mi recuerdo. Siempre tomando mate, tereré, incluso enseñamos a algunos japoneses. También a consumir la harina para hacer reviro, cosa que no conocían y experimentaron. Eso derivó en que siempre nos llamaban para que elaboráramos, al igual que la sopa paraguaya. Así que hay un vínculo, no solamente con japoneses, sino que tengo amigos vietnamitas, turcos, árabes, peruanos y bolivianos que, mientras estoy acá, me llaman y me alientan a que vuelva”.





