“Yo no tengo biografía. Me la van a inventar los gatos que vendrán cuando yo esté, muy orondo, sentado en el redondel de la luna”, decía Osvaldo Soriano, quizá el escritor argentino más entrañable de los últimos tiempos.
Dueño de un estilo llano que condensaba belleza y humor en igual medida, fue uno de los autores más vendidos en el país en las décadas de los ’80 y ’90 con más de un millón de ejemplares de sus novelas y relatos.
Desde el primer número de Página/12 en 1987 hasta su muerte en 1997, supo escribir en las célebres contratapas del diario en donde reflexionaba con aguda observación y detalle sobre la realidad nacional y las maneras de ser de las y los argentinos. No por nada se lo suele comparar con Roberto Arlt y sus aguafuertes porteñas.

Nacido en Mar del Plata, el 6 de enero de 1943, Soriano vivió en su infancia en otras pequeñas ciudades como San Luis, Río Cuarto, Tandil y Cipolletti, llenas de personajes coloridos que inspiraron sus historias.
Durante su adolescencia, abandonó los estudios secundarios y se dedicó a trabajar embalando manzanas y, más tarde, como empleado de una metalúrgica.
Comenzó su oficio de periodista en el diario El Eco de Tandil, donde escribía en la sección de deportes y columnas sobre personajes famosos de la época. Luego, trabajó en Primera Plana, la revista El Porteño y el diario La Opinión. En esos medios realizó entrevistas inolvidables como las que hizo a Quino y Julio Cortázar.
En La Opinión, el periódico que dirigía Jacobo Timerman, escribió una recordada crónica narrativa sobre el caso Robledo Puch, compilada en su libro “Artistas, locos y criminales”.
Para Guillermo Saccomano, “muchas de las ideas que Soriano desarrollaba en sus textos no provenían tanto de una elaboración ‘teórica’ como de una intuición siempre alerta. Fútbol, cine, política. Soriano se las ingeniaba siempre para traducir lo que estaba en el aire. Ningún escritor, desde Arlt con sus aguafuertes a la fecha, exhibió una perspicacia igual obteniendo una repercusión similar”.

El mismo Soriano decía que tuvo un “inicio tardío” en la vocación literaria. Además de los libros de la escuela sólo había leído hasta sus 20 años un libro sobre fútbol de Ricardo Lorenzo “Borocotó” que encargó por correo.
Después leyó la novela de ciencia ficción “Soy leyenda”, de Richard Mathieson. Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe y Guy de Maupassant fueron algunos de sus primeros gustos literarios, con quienes sintió “el impacto de estos grandes cuentistas del realismo”.
En 1973, llegó su primera novela “Triste, solitario y final”, la cual logró un gran éxito de ventas. En ella, Soriano se asume él mismo como personaje para parodiar al cine norteamericano a través de dos figuras tomadas de la realidad y la ficción: Stan Laurel (el actor cómico del Gordo y el Flaco) le pide al detective Philip Marlowe (de los libros de su admirado Raymond Chandler) que indague porqué ya nadie lo contrata más.
Un año más tarde, escribió junto a Aída Bortnik, el guion de la película “Una mujer”, filmada en 1975.
Tras el golpe militar de 1976, se exilió en México, Bruselas y Francia, y no regresó hasta 1984, con el gobierno democrático de Raúl Alfonsín. En Bruselas había conocido a Catherine Brucher, con quien contrajo matrimonio en 1978 y tuvo a su hijo, Manuel.
Un año después de la boda, fundó junto a Julio Cortázar y Carlos Gabetta la publicación mensual “Sin censura”, en la que reflexionó sobre la situación que atravesaban los países latinoamericanos en pleno regímenes dictatoriales. Colaboró también con otras publicaciones, como el diario italiano Il Manifesto, el francés Le Monde y el español El País.
En el exilio publicó sus dos novelas siguientes. La primera fue “No habrá más penas ni olvido”, llevada al cine por Héctor Olivera en 1983. La obra, con un título extraído de un tango de Gardel y Le Pera, relata en tono de tragicomedia la lucha interna entre peronistas de izquierda y derecha en Colonia Vela, un pequeño pueblo que funcionaba como metáfora de la Argentina.
La segunda era “Cuarteles de invierno”, en 1980, también llevada al cine pero con la dirección de Lautaro Murúa. Con la aparición de ambos libros en la Argentina en 1982 se convirtió en el autor vivo más leído de nuestro país y traducido a muchos idiomas.
Después vinieron cuatro novelas más: “A sus plantas rendido un león”, en 1986; “Una sombra ya pronto serás”, en 1990; “El ojo de la patria”, en 1992 y “La hora sin sombra”, en 1995.
Además, vieron la luz cuatro volúmenes con sus mejores crónicas periodísticas: “Artistas, locos y criminales”, en 1984; “Rebeldes, soñadores y fugitivos”, en 1988; “Cuentos de los años felices”, en 1993 y “Piratas, fantasmas y dinosaurios”, en 1996.
Falleció a los 54 años, en una clínica de Buenos Aires, el 29 de enero de 1997, víctima de un cáncer de pulmón.

Enmarcado en la llamada “Década Pérdida” de los 80 o en las predicciones del fin de la historia en los 90, a veces sus obras contienen perdedores entrañables que la reman a viento y marea. Es que para Soriano, en definitiva, el éxito verdadero “es el cumplimiento de algunos de nuestros sueños y al fin de cuentas el único éxito es la felicidad, que es también la primera utopía”. Un realismo que bordea el pragmatismo.
Tal vez por ese uso del grotesco es que la crítica académica no lo apreció tan bien como el gran público.
Soriano supo detentar una pluma certera que inspiraba sonrisas y, al mismo tiempo, reflexiones sobre los cambios necesarios. Una pluma que se extraña todos los días. Porque como bien dice él mismo, “los ideales son la única forma de saber que estamos vivos”.
Fuente: Secretaría de Cultura de la Nación









