En lo que va de su gestión, el aún flamante Gobierno nacional se apegó a un mix compuesto por devaluación, motosierra y licuadora a gran escala.
Al cabo de cuatro meses, el presidente Javier Milei apeló a una cadena nacional flanqueado por sus espadas económicas para vanagloriarse de un trimestre de superávit atado a un ajuste social inédito y a la acumulación de deuda. La macro se ordenó más o menos y el cambio de estrategia comienza a dejarse ver. Haciendo a un lado la plataforma de campaña y más allá del personaje leonino que en público jura que irá hasta el fondo sin acordar nada, hoy es más usual advertir que el Gobierno “negocia”.
Lo hace con las empresas productoras de alimentos y con supermercados a los que en reuniones cerradas les pide moderar los precios para frenar la inercia inflacionaria. Lo hace también buscando achicar las ganancias de las prepagas y llevándolas también a la Justicia, aun cuando casi ya no queda clase media que se sirva de esas prestaciones. Lo hace en las provincias a las que envía emisarios para negociar y asegurarse los votos necesarios en el Congreso para aprobar leyes que el Presidente dice ya no necesitar. También lo hace con las universidades tras advertir, marcha mediante, que la educación pública es un punto de inflexión.
El Gobierno negocia más allá del personaje y de su vocero que todos los días juran que no negociarán nada. Y en definitiva, qué importan las apariencias. Lo que importa en todo caso es que al final de tanto ajuste a la gente el Gobierno nota el cansancio social, el agotamiento del consumo y negocia para componer al menos en algo la economía real.





