Estaba allí, sola, pero no estaba. Esbozó una respuesta mínima cuando su hija le preguntó en qué pensaba. “En nada”, le dijo, intentando mantenerla a salvo de esa cruz tan pesada. Después siguió pensando en Pablo y en el abismo de haberlo perdido todo.
Cuántas tardes pensando en él, cuántos despertares entre lágrimas por el hijo robado, cuantas noches esperando una notificación de la Justicia.
Paradojas de la vida, después de tanto luchar Teresita Boldú murió sin ver a los asesinos de su hijo en el banquillo. Fue el 31 de julio de 2008, pocos meses antes de que comience el juicio por el salvaje homicidio de Pablo Fraire (28).
“Ella se acostaba y se despertaba llorando, fue así durante esos seis años. Nunca volvió a ser la misma desde que esto pasó. Y se murió por eso, por el estrés de la lucha que comenzó al otro día del homicidio de Pablo”, le dice a PRIMERA EDICIÓN Florencia Fraire, a exactamente diez años de uno de los crímenes que marcaron un antes y un después en Misiones.
Una década pasó desde entonces. El juicio que Teresita no vio tuvo dos condenados a cadena perpetua, pero también un prófugo que sigue sin aparecer y que, en dos años -con la prescripción de esa búsqueda- podrá volver a caminar por las calles sin pedido de captura. La lucha de los Fraire sigue viva.
La llamada del dolor
Florencia prefiere evitar las fotos. Dice que es mejor que no la reconozcan. Y aunque afirma que “los que hicieron esto ya no pueden provocarle un daño mayor ni a mí ni a mi familia”, prefiere tomar ese recaudo tristemente lógico.Hoy tiene 26, pero era apenas una adolescente cuando tuvo que enfrentar la noticia del crimen de su hermano.
“Estábamos por cenar con mi papá cuando nos llama mi mamá y nos dice que la Policía estaba en casa, que algo había pasado con Pablo”, recuerda la joven, dueña de una memoria privilegiada, sobre aquel 25 de noviembre de 2002. Era lunes y hacía mucho calor.
Ella, su padre, su madre y la novia de Pablo se subieron a un auto y quemaron el asfalto camino a la casa del tío para el que trabajaba el joven. Fue él quien les dijo que no se trataba solamente de un atraco: había sido un robo, sí, pero seguido de asesinato.
Florencia recuerda la primera reacción que tuvo su madre, Teresita, cuando le contaron la noticia. “Ella se desvaneció. Yo recuerdo que salí a correr, lo encontré a mi hermano. No lo podíamos creer, fue horrible”, rememora sobre el peor día de su vida.
Recuperada de ese shock inicial, la familia se trasladó hasta la comisaría seccional Segunda. Ahí se confirmó que a Pablo lo habían encontrado sin vida, con múltiples lesiones de arma blanca, en el barrio Alta Gracia de Posadas, sobre calle Francia y a metros de Tomás Guido.
La investigación
Con el tiempo, la verdad salió a la luz y se conocieron los detalles del sangriento homicidio que generó conmoción en la sociedad misionera, hasta ese momento ajena a hechos de tamaña violencia detrás de un robo.
En 2002, el país seguía inmerso en una debacle económica y muchos buscaban la salida en Ezeiza. “Estas personas que se contactan con mi hermano le dicen que había un tipo que se iba a vivir a España y quería vender todo. Tenía una moto, un automóvil y la computadora Apple Macintosh en la que Pablo estaba interesado, porque le había encontrado el gusto al diseño y era fanático de la tecnología”, cuenta Florencia. Su hermana lo confirma: Pablo no andaba en “cosas raras”.
Sin embargo, esa vez lograron convencerlo de que era una buena oferta y decidió seguirlos hasta donde después se encontró el cadáver. De la investigación surge que el presunto “vendedor” ya había vendido esa computadora días atrás, por lo que en realidad todo se trataba de una emboscada.
Pablo salió de trabajar cerca de las 20 a bordo de la camioneta Peugeot 504 roja que solía manejar. Los sospechosos lo buscaron y juntos fueron hasta un sector oscuro de la calle Francia. Allí, como sabían que tenía el dinero, el primero de los sospechosos repentinamente extrajo un cuchillo e intentó robarle.
Fraire, de físico privilegiado, se resistió ante el delincuente. La autopsia confirmó eso y mucho más. El examen forense reveló que Pablo hasta pudo haber matado a ese primer involucrado. Se supo por la hinchazón que presentaba en los puños. Pero el joven no contaba con la intervención de otros dos cómplices que esperaban en la esquina y que salieron en auxilio cuando todo se complicó.
Entre los tres, según establecería luego la Justicia, le quitaron la vida al joven. “Lo mataron de 37 puñaladas por 300 dólares. A veces lo cuento y la gente no lo puede creer. Se llevaron la vida de mi hermano por nada”, reflexiona Florencia diez años después.
Luchar hasta que den las fuerzas
En el mismo momento en el que el caso se conocía, Teresita Boldú iniciaba una lucha sin cuartel contra la impunidad y la injusticia por la muerte de su hijo.
“La lucha de mi vieja empezó al otro día que murió mi hermano. Desde un principio olió algo raro, porque él no andaba en cosas turbias, no tenía mucha plata. El presentimiento de una madre puede muchas cosas que la razón no entiende”, aprendió en carne propia Florencia.
Boldú no tardó en crear la Asociación de Derechos Humanos Madres e Hijos del Amor, que en poco tiempo reunió a una veintena de familiares de casos impunes en la provincia.
El dolor fue el motor de la causa de Teresita, que golpeó puertas en juzgados y comisarías sin descanso para que el caso no se enfriara. Seis meses después tendría una primera recompensa con la detención de los tres autores del hecho.
Gabriel Aranda, Oscar Castel y Gabriel Leal se presentaron una tarde en una comisaría, a sabiendas de que eran intensamente buscados. Desde el vamos, familiares y amigos de Fraire aseguraron que se trató de una maniobra legal para dejar pasar el tiempo y curar las heridas que les había infringido Pablo antes de morir.
No obstante, en ese primer momento la Justicia los liberó por falta de pruebas y el caso volvió a derrumbarse. Fiel a la causa, Teresita volvió a golpear puertas y a levantar la voz desde el silencio que invadía una vida sin Pablo. Exigió justicia una y otra vez, todos los días.
“Ella se acostaba y se despertaba llorando, pensando en Pablo. Todos los días era lo mismo. Al lado de su cama tenía fotos de mi hermano por todos lados. De recién nacido, conmigo, con la novia. Ella se acostaba y pensaba en Pablo; tenía muchísima bronca porque sentía que desde el principio no todo se había hecho como correspondía”, recuerda su hija, testigo directo del sufrimiento de su madre.
Pasaron algunos años y los benditos tiempos de la Justicia ahora sí permitieron la vinculación de los primeros tres sospechosos con el crimen. Pero cuando la Policía fue a buscarlos, sólo encontró a dos: hasta hoy, Leal sigue sin aparecer.
“La orden de captura teóricamente prescribe a los 12 años del hecho. Ya van diez, es decir que en dos años esta persona va a estar caminando de nuevo por Posadas como ya pasó en otras oportunidades y la sociedad va a tener que bancarse vivir con un asesino suelto”, reclama Florencia, vocera del dolor con el que debió aprender a vivir desde hace tanto tiempo.
El dolor intacto
El juicio contra Aranda y Castel se realizó en febrero de 2009 y duró más de dos semanas. Después de casi 70 testigos, los dos fueron condenados a prisión perpetua por “homicidio calificado por el concurso premeditado de dos o más personas, por la alevosía y criminis causa”.
Fue otro momento clave en la historia familiar, pero Teresita estaba agotada y no alcanzó a verlo: aquejada por el dolor y el estrés, murió en la madrugada del 31 de julio de 2008. La luchadora se había ido, pero su pelea había valido la pena.
“Ella sufrió muchísimo todos los días. Desde que pasó lo de Pablo nunca fue la misma, ya no quería salir, no se sentía cómoda fuera de casa. Decía que estaba cansada, harta, que lo extrañaba mucho a Pablo y quería irse con él. Fueron seis años durísimos para ella; se le hacía difícil seguir”, narra Florencia sobre su madre, la otra víctima que dejó el caso Fraire y que no aparece en ningún expediente.
Como pudieron, ella y su familia siguieron adelante. Florencia, por ejemplo, dio un giro radical a su vida: después del juicio decidió dejar la carrera de abogacía en tercer año. Para todos, la pérdida de Pablo y sus consecuencias significaron un antes y un después.
Tal como le pasaba a su madre, Florencia reconoce que muchas veces se despierta con lágrimas en los ojos. La explicación es sencilla: “duele y va a doler siempre por todo lo que no pudo hacer, por todo lo que se perdió. Hasta hoy hay amigos de él que sufren como perros por lo que pasó. Era un tipazo y se lo extraña todos los días”.




