POSADAS. “Mal del viento”, el filme que aborda el caso de Julián Acuña, el niño de la comunidad mbya Pindó Poty (El Soberbio), que falleció en 2006 a raíz de una deficiencia cardíaca, fue estrenado el lunes en el auditórium de la Biblioteca Popular Posadas. La obra fue presentada por su autora, la realizadora Ximena González (de Avellaneda, Buenos Aires), ante unos setenta espectadores, que al término participaron de un interesante debate. La película, en una hora y media, cuenta la historia de Julián, niño que fue trasladado e internado por orden judicial en el hospital Gutiérrez de la Ciudad de Buenos Aires. Pese a que los médicos blancos, tras varios ateneos, prescribieron una cirugía cardíaca, en un principio sus padres y la comunidad mbya se negaron a realizarla. Ocurre que mientras el niño permanecía largos meses internado en una sala, el líder espiritual había soñado con que el niño tenía una piedra en el corazón y pidió su regreso a la aldea para curarlo con la medicina del monte. El relato se sucede mediante las voces en off de funcionarios de salud de Misiones, médicos del Samic de Oberá, del hospital Gutiérrez, de la familia de Julián y, también, con las narraciones sensacionalistas de los periodistas que mientras duró el caso permanecieron “haciendo guardia” en la puerta del hospital para ver quién ganaba la “batalla cultural” planteada por ellos mismos: si la medicina blanca -el “sentido común”, como lo definió un infortunado conductor televisivo- o la medicina tradicional mbya guaraní.Previo a la presentación del trabajo, González dialogó con PRIMERA EDICIÓN acerca del proceso de producción y la visita a la aldea donde actualmente viven los padres de Julián para compartir con ellos el filme. Al respecto, manifestó que “a siete años de haberlos conocido y ver la situación -de precariedad- en que vivían, me encontré con una situación parecida, incluso Crispín me pidió si podía llevarles abrigos y frazadas para los hijos”.¿Cómo fue el proceso de producción del audiovisual?Con el documental empezamos en 2005, cuando Julián llegó a Buenos Aires. Yo estaba en una productora (audiovisual) que venía trabajando con la temática indígena y ahí llega, a través de gente vinculada a las comunidades guaraní, la inquietud de hacer el registro del caso. Decidí ocuparme, aunque en ese momento no sabía muy bien a dónde me iba a llevar. Antes de comenzar los registros con cámara me empecé a acercar a la familia, hablé con Leonarda y Crispín para preguntarles qué les parecía y me permitieron hacerlo. Luego, un poco intuitivamente comencé a permanecer en esa habitación del hospital (Gutiérrez) y registrar la espera de esa familia y de Julián por una decisión -de operar o no- que en realidad no era de ellos y que, en definitiva, significaba definir si lo adecuado era tratarlo con la medicina del hombre blanco o con la medicina tradicional.¿Seguiste todo el proceso de la internación de Julián? Sí. Seguimos durante casi un año su estadía en Buenos Aires. Luego viajamos a Misiones (a esperar la llegada del avión sanitario y también registrar a la familia en el Samic de Oberá, donde permaneció hasta que la salud del niño se volvió a complicar y fue nuevamente trasladado a Buenos Aires, tras lo cual falleció). Hicimos todo ese recorrido y cuando la historia tiene el desenlace que tiene, tenía mucho material registrado sin saber bien qué contar, porque era una historia que todo el tiempo se iba transformando.¿Eso te generó incertidumbre sobre si realizar el documental o no?En ese momento fue demasiado fuerte trabajar con el material, me sentía muy impotente, entonces lo dejé descansar.En un momento lo retomé, me di cuenta que era importante mostrarlo, entonces me decidí a reelaborar el proyecto, a terminar de registrar, hacer la posproducción. Pedimos un subsidio al Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales y volvimos (a Misiones) en 2010. Nos reencontramos con Leonarda y Crispín para contarles que habíamos retomado la película, la terminamos a principios de 2012 y la estrenamos en el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires.El sábado compartiste la película con ellos, ¿cómo fue su respuesta?La presentamos en la aldea en la que estaban Leonarda y Crispín (cercana a Sarakura, localidad de 25 de Mayo). Nos costó muchísimo encontrarlos y llegar porque los caminos son intransitables. Llegamos y no había luz, entonces tuvimos que cruzar el arroyo a pie para llegar a la casa de un señor que tenía luz para instalar los equipos. Encontramos a la familia y les pregunté a Crispín y Leonarda si tenían ganas de ver la película, porque en realidad yo me moría de ganas de que la vieran, pero no quería que fuera algo forzado. Yo sé que es un deber mío como documentalista que la vean, pero sé que la película es muy fuerte. Ellos llevaron a sus hijos e invitaron a más gente de la aldea a verla. Empezamos a proyectar y se quedaron todos pegados a la pantalla. Cuando terminó les pregunté si más o menos a película contaba lo que ellos recordaban, me dijeron que sí y que les daba tristeza recordarla. También fue duro y doloroso para mí que antes de ver la película Crispín me contara que necesitaban abrigo para los chicos, y si yo les podía conseguir. Les conté que no podía volver a la aldea, que lo que podía hacer en Posadas era avisar a Asuntos Guaraníes y a otros organismos para comentarles las condiciones en que estaban. Una vez más me empecé a preguntar, esta función que se supone que tiene el documental, ¿la cumple o no?





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