Estudió, se recibió de contadora y comenzó a trabajar, pero después de diez años entre números y trabajando diez horas por día, apenas le quedaban fuerzas para disfrutar.
Llegó un momento en que ya no quería ni que me hablen, el estrés era altísimo y me recomendaron pintar mandalas. Nunca me había destacado en la materia de actividades prácticas, pero lo intenté. Fue apasionante, cada vez que comenzaba un mandala podía quedarme horas y horas perdida en ese mundo. Líneas, colores y luego ver tu trabajo terminado.
Fue como un despertar, comenzó a regalar sus trabajos y ya luego llegaron los pedidos. Sin dejar de dibujar y pintar los mandalas, ya con la cabeza despejada se animó a dejar el trabajo.
Muchas veces no lo dejamos por miedo, creemos que no vamos a poder vivir, pero ahora soy feliz. Aprendí vitrofusión porque es magia pura, nunca sabés qué saldrá del horno porque los colores cambian y lo que pensaste quizás ni se parece. Nunca harás uno igual, tampoco con mandalas. Una vez intenté copiar uno de mis mandalas y no lo logré, son todos únicos y tienen que ver con tu estado de ánimo. A veces ocupo los rojos y otras los celestes, incluso te dicen: hoy estás muy mental y es por los azules.
Así, feliz de creativa, ahora la demanda está en los porta espirales y los tutores todos con vitrofusión, aunque siguen los mandalas. También realiza dijes y piezas para bijouterie. El cambio es asombroso y la felicidad volcada en sus creaciones.
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