Los graves problemas económicos que se manifiestan en las calles y en las tribunas políticas contrastan con el sostenido crecimiento de la actividad turística.A mal tiempo, buena cara. Ése parece ser el espíritu de los argentinos en este turbulento inicio de 2018, donde los graves problemas económicos que se manifiestan en las calles y en las tribunas políticas contrastan con el sostenido crecimiento de la actividad turística.
Según un informe hecho público ayer por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME), unos 5,7 millones de argentinos visitaron distintos puntos del país durante la primera quincena de enero y generaron un movimiento total de 22.400 millones de pesos, lo que representa aproximadamente 920 pesos por día y persona.
El aumento del 28,5 por ciento en el gasto con respecto a la primera quincena de 2017 se puede entender parcialmente teniendo en cuenta la drástica presión inflacionaria sobre los productos y servicios turísticos verificados durante los últimos doce meses.
Lo realmente llamativo es que se movió por Argentina un 6% más de personas que en el mismo período que el año anterior y a ellas hay que sumar un millón y medio de viajeros que se fueron a veranear en Uruguay, Chile y Brasil.
Es decir, que al mismo tiempo que avanza la pobreza -o cuanto menos, la pérdida de poder adquisitivo de la ciudadanía-, crece el número de personas que hace turismo.
Si bien toda comparación siempre termina resultando un recorte incompleto de la realidad, la tendencia latinoamericana a destinar los cada vez más menguados recursos en viajes y vacaciones contrasta con lo que ocurrió en la última crisis europea de comienzos de esta década, donde lo primero que se paralizó fue, precisamente, el turismo. Pero se condice por ejemplo con la elevada inversión en bienes de lujo (desde telefonía celular, artefactos electrónicos, etc) con respecto a los países más desarrollados.
Tal vez la propia inestabilidad económica y la falta de horizontes claros para los argentinos y latinos en general sea la matriz de este fenómeno, en el que -paradójicamente- podría considerarse que gastar es la forma más práctica de proteger el bolsillo.
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