Hola queridos amigos. Hoy trataré de ensamblar el tercer ítem del decálogo de paz que nos toca desarrollar y que da continuidad a nuestros encuentros con la amistad, ya que se acerca el día en que la festejamos, y qué lindo es hacerlo. ¿Y saben por qué? Porque la verdadera amistad es un vínculo que se establece entre almas, que a veces sin saberlo lo que hacen es saborear en sus encuentros lo que es el amor del Padre. Las cualidades que definen la amistad son todas aquellas que se atribuyen a un aspecto del amor divino, porque es sentir la alegría del reencuentro o de escuchar su voz, o de saber que el otro está bien o alegrarse con sus logros, de disfrutar de su presencia o de los recuerdos de horas compartidas, de acompañar y ayudar en las desavenencias. Aunque se separe físicamente una amistad, se debe saber que el amor que los une recorre en fracción de segundos el tiempo y los kilómetros que los separan. Qué placer más grande es hacer disfrutar a un amigo la grandeza del amor de Dios a través de palabras y actitudes que lo expresen. La verdadera amistad que el hombre debería cultivar es aquella en la que no existen celos entre ellos, sólo la alegría del compartir, ni dobleces en sus intenciones, sino la paz de saber que se está ante un ser que los ama. Es sentir la tranquilidad de saber que con esa persona se puede contar ante cualquier adversidad, es saber que se tiene un oído presto cuando el alma se quiere desnudar, dado que ésta se basa por sobre todas las cosas en la confianza. Así es la verdadera amistad que el hombre debería cultivar, porque amigos no son aquellos que se juntan para hablar de los demás, ni para competir respecto de quién tiene, sabe o conoce más, ni para hablar de sus grandezas y esconder sus miserias, ni son aquellos que rodean y halagan en las buenas y desaparecen como por arte de magia en las malas. Es aquí, cuando hablamos de los aspectos que no son compatibles con la amistad, que los relacionaré con el tercer ítem que nos toca desarrollar hoy del decálogo de paz: 3) No murmurar ni hacer caso de la maledicencia Murmurar no es hablar o es hacerlo con bajeza, y el que lo hace sabe que lo que dice no es digno de ser escuchado. Pero existe una cierta morbosidad al hacerlo, una especie de escabroso placer entre el que murmura y el que se deja seducir por el sucio juego del dime y te diré, producido por la avidez de la mente por saber: no importa qué. Sumado a la sensación de superioridad que produce al ego el estar informado, especialmente de las faltas ajenas, incurre él al hacerlo en una falta mayor ante los ojos del Padre, que es el mismo Padre que el de sus hermanos, a quienes no tiene reparo en criticar, atentando con ello la Ley de la Unidad. ¿Cree él, en su tonto entender, que cumpliendo con algunos preceptos y faltando a otros la armonía puede reinar en su vida?Tiene la palabra un poder que no debería ser ocupado para la maledicencia. El hacerlo significa generar fuerzas que salen desbocadas de quien las emite, llegan atropelladamente al que las escucha y siguen su derrotero uniéndose a otras fuerzas del mismo tenor (bajas) para luego volver a su dueño multiplicadas en desdichas. Al no hacer caso a la maledicencia, queda el hombre desafectado de su efecto energético residual, al no permitir que esa energía enviada con mala intención llegue a su ser. Con el sólo hecho de pensar en el juicio que otro emitió, más allá de la intención y de que sea o no verdadero, le estamos otorgando la fuerza para que haga mella y entre en nosotros causando daño a nuestra salud. Si por casualidad llega a nosotros el comentario hecho por un tercero, solo debemos dejar que vuelva esa energía al punto de donde partió, haciéndonos a un costado y con nuestras obras demostrar lo contrario si es menester y bendecir (mentalmente) al maldiciente, pues al bendecir amortiguamos los golpes de esa energía desbocada. Cuan fácil y feliz se desliza la vida del manso, aquel que es el heredero del Reino, que a los ojos del apurado y encumbrado hombre de hoy hasta puede parecerle tonto al no comprender lo sabiamente que conduce su vida. Debemos empezar a saber cómo se mueven las energías, pues al ser nosotros energía y estar inmersos en un mar de ellas, tendríamos que aprender a manejarlas para nuestro beneficio y el de los que nos rodean y es lo que estoy abocada a hacer en estas entregas, recordándoles siempre que la más elevada energía es la del AMOR. Hasta la próxima mis “amados amigos” lectores. ¿Cómo poder hablar del Amor Si Tú eres el Amor, Señor?¿Cómo puedo yo entonces hablar de Ti?Extensas páginas podría llenar,e inspiradas odas cantar,mas en ninguna siquiera atisbarlo que es realmente amar. ColaboraGraciela del CarmenZaimakis de AbrahamEscritora





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