En palabras de Bernardo Stamateas, éste es “un mundo difícil, violento, de mentira, de abuso, de conflicto”. Ciertamente, las malas noticias desplazan a las buenas y nos muestran guerras, crímenes, carencias, ignorancia, descontento, inseguridad, injusticia, crisis de autoridad, ambición de poder, desastres naturales… uuuh! Estas circunstancias nos producen miedo, estrés, intranquilidad y bajones emocionales que nos tornan frágiles y sensibles porque sacuden nuestros cimientos.En medio de eso encontramos personas inquietas cuya mente dispersa está en muchas partes a la vez y en ninguna, trabajando en varias cosas al mismo tiempo pero sin terminar nada. O suelen procrastinar, es decir, postergar tareas y obligaciones hasta el último minuto, lo que acarrea negación, ansiedad, frustración, enojo y hasta pánico cuando se acerca la fecha límite, ya sea porque hay dificultad para planificar un ritmo organizado de trabajo o porque un asunto los agobia hasta el punto de ignorarlo y posponerlo, lo que obliga a realizar finalmente una actividad frenética.Pero aunque no padezcamos de mente dispersa o de procrastinación, o quizás de un trastorno obsesivo compulsivo, todos estamos inmersos en una sociedad sobreestimulada y en constante movimiento, dependiendo del celu, pasando horas frente a la compu, otro tanto frente a la tele absorbiendo noticias inquietantes o atemorizantes, todo lo cual mengua nuestra capacidad de concentración y dificulta dar un paso atrás para atender una sola cosa por vez. Entonces, ya con la salud en riesgo, es el momento de empezar por nosotros mismos, poner las cosas en perspectiva y recurrir a una práctica suave de Hatha Yoga que puede devolvernos a nuestro centro y conectarnos a tierra, para sentirnos estables, evolucionar y recuperar el bienestar.Nuestra práctica propone observar la mente y todo lo que sucede en nuestro interior sin juzgar, proyectando la respiración sobre las tensiones que bloquean nuestra creatividad para disolverlas, desarrollando la capacidad de prestar atención para mejorar la concentración y permitiéndonos disfrutar de un cuerpo relajado y una mente serena, para llevar una vida más tranquila y solidaria.Ello se debe a que, aún en el complejo mundo de hoy, los eternos y universales principios del Yoga están vigentes y sostienen nuestra práctica desde el primer Yama: ahimsa, no violencia. Porque la violencia surge del temor, de la debilidad, de la ignorancia o de la agitación -nos dice Iyengar- y para liberarnos de la hostilidad se requiere un cambio de perspectiva vital, una reorientación de la mente degradada a menudo por la ira de un orgullo desairado.Y esa reorientación nos conduce al encuentro o al reencuentro con el dharma, con nuestro dharma, con el genuino propósito en la vida de cada uno de nosotros, con el talento único que cada uno tiene y con la manera única de expresarlo, mediante conductas acordes con el orden universal inspirador de deberes, derechos, leyes y virtudes que hacen a un recto modo de vivir. Reconocerlo es la clave, porque la persona consciente de su dharma es pacífica, hace el bien al prójimo y su carácter ennoblecido conduce naturalmente a la prosperidad y la felicidad. Y eso se siente en la hora de Yoga, cuando cuerpo, mente y espíritu interrelacionados indivisiblemente disfrutan en la hora del ahora. Namasté.ColaboraAna Laborde Profesora de Yoga [email protected]





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