(Notas publicadas por PRIMERA EDICIÓN el 1 y el 2 de febrero de 2012)Si la gente del lugar poco tenía, ahora no tiene nada. Un voraz incendio, que se habría iniciado por un accidente doméstico, arrasó con lo que encontró a su paso y destruyó unas 17 casillas, dejando en la calle, literalmente con lo puesto, a un centenar de personas, entre grandes y niños.Eran las 15.20 de ayer (31 de enero) y la columna de humo, negro como el color de la desgracia, se alzaba siniestra y serpenteante en un cielo radiante de 40 grados a la sombra.Allí, detrás del Palacio de Tribunales, a lo largo de unos cien metros, desde la calle Berón de Astrada y hasta la Hipólito Yrigoyen, una dotación de Bomberos se afanaba por extinguir el fuego.Para las 16.30, el olor penetrante a cosa quemada y el humo que se levantaba como gas de volcán parecía mezclarse con la congoja y el dolor de los habitantes que buscaban alguna explicación a semejante tragedia.Por ahí, en medio de tanta desolación (de muchos años), estaba doña Rosa Urbina, una mujer de piel curtida por la vida y cabellos canosos, que en medio de las lágrimas imploraba ayuda. Sufría por ella, por los suyos y las setenta personas que diariamente daba de comer al mediodía en el comedor, su comedor “Los pitufines”. Entre ellas, a unos cuarenta niños y niñas de ese asentamiento que nació, supuestamente provisoriamente, con la Gran Inundación de 1983.“Fueron relocalizados momentáneamente y se quedaron a vivir para siempre”, indicó un vecino.Dicen que Dios está en todas partes pero por ese sector de la chacra 44 hacía rato que no pasaba. Cacharros, cajas de heladeras o tambores de lavarropas, dejados en desuso hace siglos, parecen mezclarse con hilos de agua servida que lanzan al cielo efluvios de olor pestilente en medio del que deben vivir pequeños y grandes.Allí nada parece sobrar, con excepción de la pobreza, y todo aparenta faltar. Respecto de la causa que desató el siniestro, todo apunta a un accidente doméstico, en el interior de una de las humildes habitaciones. Aparentemente una joven, al parecer con retraso madurativo, encendió la cocina para preparar mate a la madre y, en un descuido, dejó caer el fósforo sobre un colchón dando lugar al fuego.Un corazón sin consueloRosa Urbina es conocida en el asentamiento como una mujer bondadosa, de un corazón enorme, que ayer lloraba sin consuelo ante una desgracia inexplicable, que golpeaba una vez más a personas con las que la vida pareciera ensañarse. “Tiene que pasar un siniestro para que los medios se ocupen de nosotros, nunca nadie nos asistió cuando más necesitábamos”, indicó sin consuelo.Ella cocina diariamente para cuarenta niños y otros treinta adultos. Y como si fuera poco, también los asiste con mercaderías que consigue de almas caritativas. Ojalá la ayuda continúe.Se mudarán al barrio Nuevo San IsidroAl final de una larga jornada de incertidumbre, los vecinos damnificados por el feroz incendio que destruyó 17 casillas ubicadas atrás del Palacio de Justicia firmaron un acta acuerdo con el Instituto Provincial de Desarrollo Habitacional para ser reubicados.En veinte días, serán beneficiados con el Plan Techo y empezarán a levantar sus nuevos hogares en el barrio Nuevo San Isidro, sobre la avenida Jauretche.De momento, parte de los damnificados se alojará en casa de allegados y el resto permanecerá en el predio donde estaban las casillas.La gente decidió pasar la noche anterior sobre la calle Berón de Astrada, luego de rechazar la propuesta de ser reubicada de manera provisoria en el polideportivo El Zaimán, porque así, de manera temporal, hace casi treinta años fue ubicada en el lugar donde el fuego arrasó con todo.A los medios de prensa llegó a primera hora el comunicado de que el Gobierno y Defensa Civil estaban asistiendo a las familias. Sin embargo, eran cerca de las 10 de la víspera (1 de febrero) y la gente que se quedó con lo puesto todavía no había desayunado.Una bolsa de galletas estaba en una mesa de madera y la encargada del comedor, Rosario Urbina, esperaba los ingredientes para hacer la leche para los chicos.Los pequeños deambulaban de un lado a otro, por momentos se tiraban en los colchones prestados por familiares y miraban cómo una máquina removía los escombros que quedaron en el lugar donde vivían. El sector había sido vallado y excepto el personal policial, nadie más podía ingresar.Un abuelo dormía en un colchón, quizá con la esperanza de despertar de la terrible pesadilla del incendio. “Gracias a Dios nadie salió lastimado, pero perdimos todo”, repetían una y otra vez las madres, afligidas por el futuro incierto.Lidia Lemos agradeció la existencia de una “puerta de emergencia” que daba hacia la calle Hipólito Yrigoyen, que fue abierta por su marido hace un tiempo y que gracias a ello todas las personas pudieron escapar del fuego, porque de lo contrario habrían quedado atrapadas.Horas después empezaron a escucharse las versiones sobre las propuestas de relocalización.Cerca de las 18, los damnificados empezaron a analizar la propuesta del Iprodha y pasadas las 21 la aceptaron.




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