Sara Pereira de Boichuk cumplió 99 años el 29 de noviembre, y su numerosa familia la agasajará esta noche en su casa del barrio Racing, en el microcentro capitalino. Y como “familiera” que es, espera con ansias este momento para poder abrazar a sus siete hijos, 14 nietos, 22 bisnietos y dos tataranietos. Es la mayor de 14 hermanos y nació en el populoso barrio Villa Sarita, que aún conserva la casa que fuera de sus padres, un uruguayo y una brasileña que vinieron a probar suerte a Posadas y aquí echaron sus raíces.Después de cursar sus estudios en el Colegio Santa María se casó con Miguel Boichuk, inmigrante ucraniano que llegó a la Argentina con tan solo dos años. Y mientras el hombre trabajaba como taxista -profesión que honró por 32 años y con parada exclusiva al costado del Banco Nación-, Sara se dedicó a seguir de cerca la crianza de Osvaldo Matías, Margarita Gladis, Ema Pascualita, Norma Beatriz, Elba Sara, Carmen Dora y Julia Magdalena. Primero, el matrimonio adquirió una casa frente al Hogar Santa Teresita, donde nacieron los dos vástagos mayores, y como la propiedad les quedó pequeña, hace unos 70 años se mudaron a la vivienda actual, sobre calle General Paz, donde llegó al mundo el resto de la descendencia y sólo con la ayuda de una matrona.Julia, su hija más chica, consideró que la salud de su madre es una cosa fuera de lo común. “Es de fierro. Nunca entró a un sanatorio ni para tratarse una uña encarnada”, graficó. Sara fue siempre ama de casa y puso un lavadero para el hotel Ideal, que estaba a unas cuadras, como una manera de contribuir al mantenimiento de la familia junto a su esposo.Julia describió a su mamá como “una mujer muy activa, de mucho empuje, que no conoció el No" y que decía que “siempre había que ir para adelante”. Con seis hijas había que preparar los cumpleaños de quince, los casamientos. Todas las fiestas se hicieron en la vivienda y la comida la preparaba ella como excelente cocinera. Pasó su vida trabajando y fue la que “nos sostuvo a todos. Siempre corrimos a la casa de mamá, sobre todo seis hijas mujeres con todos los problemas que se pueden imaginar. Es muy familiera, de reunirse con sus hermanos y todos los domingos recibir a una multitud a la hora del almuerzo”.A los 99 se sigue preocupando por sus hijos, como cuando eran chicos y se iban a jugar al brazo del arroyo Vicario, que venía desde la plaza San Martín, pasaba a dos casas de la suya y tenía un puente de madera, o cuando su hijo Osvaldo se perdía en la Estación de Trenes o en barrios Chaquito, Villa Kost, Villa Blosset y la laguna San José.Dormir la siesta, consumir remedios naturales y tomar una cucharadita de bicarbonato de sodio disuelto en medio vaso de agua después de almorzar (para mantener la acidez del estómago) fueron, quizás, algunos de los secretos para llevar una vida longeva. “Mamá era metódica en sus costumbres y puede recomendar cualquier yuyo. Su pava para el mate rebozaba siempre de ramitas para infusiones pero si había algo que no le gustaba mucho era que nos pusieran las vacunas”, contó Julia. Entusiasta, gran lectora, y de religión católica, asistió a la parroquia Sagrada Familia donde siempre integró diversas comisiones, y “nos formó a nosotros de la misma manera”. Orgullosa de sus hijosLa obligación de los chicos era ser maestros normales nacionales “porque papá decía que el título es lo que te salva en la vida”. Así, todos hicieron la primaria en la Escuela N° 4 “Fraternidad”, y continuaron en la Escuela Normal Mixta. Después siguieron carreras como medicina, educación física, licenciatura en matemática. Su hija Margarita, fue electa reina de la Escuela, de la Primavera, Miss Posadas, Miss Misiones y primera princesa argentina. Como debía viajar a Buenos Aires y Sara no pudo acompañarla, lo hizo su papá. “Según dicen, no se llevó el cetro mayor porque para que la coronaran era condición que filmara un corto publicitario o una película de la época, y Don Miguel no se animó a autorizar”, recordó Julia. Añadió que cuando eran niñas les confeccionaba la ropa con una máquina de coser Singer que aún conserva y que los domingos, después de comer, las vestía a las tres más chicas, tomaba el colectivo N°1 frente a la Municipalidad e iba a la casa de la abuela Solana Almeida. “Ella era la hija mayor y yo la nieta menor. Siempre nos esperaba con la sopa de pollo que criaba en un cuarto de manzana de Corrientes y Roca. A la tarde ordeñaba su vaca. Nos hacía masticar una hoja de naranja y después tomábamos el vaso de leche recién sacada”.





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