Las fricciones y tensiones con que nos encontramos en el campo social son reiteradas y cada vez más profundas. Escalan y se superponen, un acto de violencia acarrea otro y así nos acostumbramos a esta forma de vivir. Se pasa a la acción sin mediar palabra, nos encontramos con vecinos que por el ruido molesto o por el mal olor, pegan, gritan, se denuncian y terminan a los tiros.Está tan impuesta la violencia como forma de lograr lo que queremos, que se ha naturalizado. Como consecuencia de esta naturalización, dejamos de cuestionarnos el fondo de la cuestión y el foco se pone en pensar mecanismos para operar sobre sus consecuencias: redoblan la apuesta y se compran armas; otros modifican el espacio común para que el otro no pueda entrar y hasta llegan a tirar agua hirviendo para que los niños no molesten en la ventana.Ante un acto de este tipo acudimos a la Justicia, que se encuentra desbordada y colapsada, o a los medios de prensa, quizás alguien haga “justicia por mano propia”. Y nos encontramos con un sistema que, como está planteado hoy por hoy, no posee las condiciones necesarias para contener estas situaciones. Estas urgencias no nos dejan ver lo importante. Abordemos el fondo de la cuestión, trabajemos sobre nuestras configuraciones culturales, que son en definitiva de donde provienen estas prácticas sociales, revisando nuestras lógicas de abordaje de conflictos.Actualmente, “vemos” el conflictos cuando está al rojo vivo, escalado y con cierto grado de violencia. Lo que no advertimos es que, para que ese conflicto llegue a ese grado de escalada, previamente ha pasado por diferentes etapas en las que se hubiese podido abordar de manera menos costosa -no solo en lo que a dinero refiere- sino en cuanto a tiempos y energía emocional.Entiendo que, como actores sociales, deberíamos revisar nuestra sensibilidad frente al conflicto, para poder trabajar en su prevención. ¿Cómo nos relacionamos con las nuevas prácticas sociales? ¿Cuál es nuestra actitud personal hacia ellos? ¿Los alentamos? ¿Agitamos? ¿Tratamos de comprender?Para poder analizar estas cuestiones, previamente debemos educarnos en resolución de conflictos, para saber dónde y qué mirar. Educar a docentes, alumnos, comunidades vecinales, actores sociales, etc. Enseñar la mediación a los niños para que, cuando estén ante un conflicto, en vez de polarizarse rápidamente se pongan en el lugar del otro.Lo que estamos haciendo no alcanza, el Estado no tiene la capacidad de asimilar estas demandas sociales con los métodos tradicionales.La apuesta es a la educación; a la tolerancia; al cambio de paradigma; a generar más espacios de diálogo. A fin que, de una vez por todas, podamos entender que hay lugar para todos en este mundo, que cada uno hace lo mejor que puede con lo que tiene, que mi percepción respecto a determinadas situaciones es solo eso: un punto de vista y lejos está de “SER” la realidad. Que podamos entender que la solución que propone la otra parte es tan válida como la que se me ocurre a mí; y que, por más que el otro piense diferente, no por eso va a ser mi enemigo. Que nos animemos a encontrar el valor de las diferencias para enriquecernos.Que el vecino que hace ruido quizás no advirtió nuestro horario de trabajo y que podemos intentar el diálogo para arribar a un acuerdo, poner palabras antes de pasar a la acción.Que nos guie la confianza, la curiosidad por cada momento de nuestra vida, dejemos de guiarnos por el miedo, hagámoslo desde el amor.Colabora: Valeria [email protected]





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