Generalmente todos buscamos una respuesta a una situación que ocurre a nuestro alrededor, en algunos casos recurrimos a las historias, mitos o leyendas para explicar de alguna forma el por qué de alguna situación. Algunas llegan a tener respuestas simples y lógicas, otras en cambio alcanzan las más fantásticas explicaciones. Pero la naturaleza del hombre no está hecha para ser conformista y siempre buscará una explicación que calme sus ansias de curiosidad. Una de esas tantas inquietudes surgió un sábado por la tarde, en el patio de mi casa, ubicado en el barrio Villa Urquiza. En esa oportunidad estaba conversando con mi papá y le pregunté sobre una pequeña planta de tabaco que había florecido en un rincón del patio. Le dije que no era común que esa planta estuviese allí, porque generalmente las plantaciones de tabaco se desarrollan en las chacras, lejos de la ciudad.Mi padre hizo una pausa y mirándome como si me invitara a viajar por un momento hacia el pasado, miró a su alrededor y me dijo: “imagínate todo lo que hay a tu alrededor, unos setenta años atrás. Esto era todo campo, había pocas casas, nos bañábamos y tomábamos agua del arroyo Vicario. Todos los días mirábamos a lo lejos a ver quién venía del centro bajando por aquel camino pedregoso, lo que hoy es la avenida Rademacher”. Al principio me costó ver lo que él estaba viendo en ese momento, pero comprendí lo que trataba de explicarme. Luego me señaló el fondo del patio y me dijo que en ese lugar habían muchas plantaciones y cerca de donde su mano indicaba había una vieja casa de madera donde vivía “el gallego”, un hombre que cultivaba una gran variedad de verduras y árboles frutales para su subsistencia, entre todas aquellas plantas cultivaba tabaco, que aunque era pequeña, le alcanzaba para subsistir. Por un momento pude ver cómo desaparecían los muros y las casas vecinas, dando paso a un horizonte muy extenso, y de pronto Villa Urquiza volvió a ser aquel campo con casas de madera, adobe y lámparas a kerosene. En ese instante pude ver al “gallego” carpiendo al rededor de sus plantas de tabaco con una boina negra y unas alpargatas “encardidas” de tierra colorada. Pero mi padre fue mucho más allá, me dijo que aquellas plantas de tabaco que crecían todos los años, en algún rincón del patio, eran el alma del “gallego” que no quería dejar el barrio y que cada primavera florecía para que de alguna manera se lo recuerde. Generalmente, las flores del tabaco se secan y después desprenden sus semillas, quizás esa era la respuesta del por qué todos los años florecía una planta en el patio o tal vez haya algo más. Los años pasaron y me había olvidado de esa historia, quizás por el ritmo constante de las obligaciones que no nos dejan tomarnos un respiro y recordar aquellas lindas historias de nuestra infancia. Pero algunas situaciones se presentan imprevistamente, en esta ocasión fue en primavera, cuando salí de mi casa rumbo al trabajo, mientras buscaba algo en mi mochila, mi mirada se desvió por un momento y pude ver al pie del muro -en el patio-, una planta con una hermosa flor de bordes rosados que se abría paso entre las macetas, me acerqué y pude contemplar una pequeña planta de tabaco, hinqué una de mis rodillas y acaricié sus hojas y comencé a sonreír porque recordé la historia de mi padre. Me levanté y miré a mi alrededor como buscando la figura del “gallego”, simplemente para saludarlo.Por Raúl Saucedo [email protected]





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