Siempre me pregunté de donde surgen las palabras que los poetas plasman en sus cantares más sentidos, o aquellas historias que transportan al lector a vivir y sentir aquel sentimiento que el escritor expresa.Quizás, todas las personas tengan experiencias con ciertas similitudes entre ellas: todos albergamos dentro del ser algún amor, desamor, soledad, tristeza y alegría, entre otras muchas sensaciones, pero pocas personas pueden describirlas a través de las palabras y que estas se hagan propias en aquellos que las leen.Incluso esas letras que se plasman en el papel, en ocasiones sirven para aquellos que al leerlas pueden encontrar alguna respuesta a lo que sienten o simplemente compartir ese sentimiento que -a través del tiempo- forma una especie de conexión íntima entre dos personas que no se conocen, pero que de alguna forma se identifican en esas expresiones escritas.Es por ello que mi mente me lleva a recordar a un hombre que se sentaba todas las noches y escarbaba dentro de su alma todo aquello que sentía y que de alguna forma necesitaba desprender de su Ser, como un ave que regurgita y así alimentar su propia necesidad de gritar en cada línea lo que no podía expresar en voz alta o simplemente porque a veces es difícil manifestar un sentimiento. Y la única manera era por medio de sus escritos que se amontonaban al costado de la mesa como evidencias de lo que sentía cada vez que la soledad y la angustia lo abrazaban en alguna solitaria noche.Tal vez eso atraía a los lectores quienes se sentían en parte identificados con aquellas nostalgias, porque encontraban en ellas lo más hermoso de un sentimiento. Las palabras que reflejan alegría y realzan el espíritu son bellas por sí solas, pero las frases que se escriben en la soledad de la noche y la caricia de algún recuerdo desnudan de alguna forma el alma del que escribe y que se va plasmado en un papel, no sólo aquello que surge de sus pensamientos sino de lo que lo afligía en ese momento. De alguna forma, ese escritor sentía alivio cada vez que lo hacía, como el esperado consuelo de sentirse en paz consigo mismo.Lo curioso es que esta persona nunca escribía cuando se sentía de buen ánimo porque tenía miedo de hacerlo, quizás sabía que despertaría a sus más oscuros demonios que por un momento le dieron una tregua para que pudiese descansar tranquilamente y serle indiferente a esa solitaria noche. Lo curioso es que ese escritor no era talentoso o diferente, simplemente expresaba las cosas que sentía y quería compartirlas, como buscando de alguna manera algún tipo de complicidad. Con el tiempo, todo aquello se convirtió en un círculo vicioso donde se conjugaban sentimientos personales que se convertían en realidades conjuntas. Era lo que para muchos significaba la manifestación de nobles sentimientos y una notable sensibilidad, como si se tratase de la luz de un faro rodeado por una densa niebla en un mar que representaba lo material y lo más egoísta del ser humano. Sus palabras simplemente reflejaban lo que muchas veces sentimos y vivimos, pero no encontramos la forma de manifestarlo, ni siquiera poder contar sencillamente porque no cualquiera puede entenderlas. Así siguió por siempre ese círculo tan íntimo y personal entre los que sienten y sueñan a través de las palabras porque encuentran en ellas el secreto de esas cosas que no se puede decir a cualquiera y que se transforman en una callada lágrima que se pierde en la oscuridad de la noche, sin testigos ni consuelo, sin siquiera una oportunidad de decirlo. Por Raúl Saucedo [email protected]





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