Inmersos quizá, en una de las crisis económicas más profundas de los últimos años, los oleros de El Porvenir II festejaron su día. Si bien, hubo donaciones a granel -para que el almuerzo compartido muestre una mesa llena- estos humildes trabajadores no sólo no llegan a fin de mes, sino que en el “día a día la pasan mal”, contaron a PRIMERA EDICIÓN.En números fríos, estos fabricantes de ladrillos tienen un costo de 1,20 pesos por unidad, lo que lleva al valor de 1.200 pesos el mil para poder salvar el costo. Los contratistas les están pagado 1.400 pesos por esa cantidad, “poniendo a mis compañeros de rodillas porque son las únicas chances de vender”, expresó el dirigente olero Tomás García quien lamentó ver a sus compañeros en tan mala situación.“En este festejo nos vinieron a visitar algunos funcionarios al barrio, con quienes pudimos dialogar para exponer la realidad tal y como la estamos palpando: la necesidad de adquirir créditos específicos para los fabricantes de ladrillos”.García explicó que recibieron con “buenas expectativas” la noticia sobre la puesta en marcha de un plan gubernamental, cuya prueba piloto estaría próxima a implementarse, posiblemente en septiembre, con la toma de créditos de hasta 50 mil pesos para brindar oxígeno al vapuleado sector.“Los oleros estamos muy esperanzados en lo que nos han venido a ofrecer, pero de todas maneras le explico a mis pares, que trabajemos en un proyecto que se sostenga en el tiempo, para no quedar en una situación peor de la que ya nos encontramos”, evaluó el dirigente campesino. “Hay que pensar cómo vamos a resolver al menos dos de las problemáticas más graves que acosan y hacen tambalear nuestro rubro: la necesidad de un punto de venta manejado exclusivamente por nosotros mismos, y la eliminación progresiva de los intermediarios”, explicó.“Cuando nos mudamos al barrio El Porvenir II, con la esperanza de seguir trabajando en el oficio eramos 90 familias que sobrevivíamos gracias a las olerías. Hoy si quedamos 30 fábricas de ladrillos en funcionamiento, ya somos muchos, y cada día alguien más cierra”, lamentó el hombre. “Mil cuatrocientos pesos están pagando a nuestra pobre gente por los mil ladrillos. La mayoría no tiene cómo conseguir un mejor precio y se tiene que conformar. El consumidor final paga hasta 3.600 pesos por esa cantidad. Si pudiéramos generar opciones de venta sin esta figura el beneficio sería doble, la gente pagaría mucho menos por el ladrillo de primera calidad y el olero no estaría tan empobrecido, esa es la dirección a la que hay que apuntar”, enfatizó.





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