El mundo entero sigue atentamente en estos días el desarrollo de los Juegos Olímpicos en los que podemos disfrutar de los distintos deportes en su máxima manifestación. Es así que no deja de sorprender la capacidad de tantos atletas y jugadores despertando en nosotros asombro y admiración. Ver sus éxitos y los nuevos récords olímpicos y mundiales que se van generando, nos hacen reflexionar sobre el gran valor que representa el “esfuerzo personal” en cada historia de éxitos.Vivimos en una sociedad donde muchos medios de comunicación, como algunos malos ejemplos, nos hacen creer que podemos ser exitosos, ricos y famosos en poco tiempo con una estrategia mágica, como lo vemos en nuestros casinos, casas de loterías, etc. Hay muchas personas que pretenden lograr la gran fortuna de su vida por caminos rápidos y sin esfuerzos. Sin embargo, la realidad nos enseña que los grandes éxitos se van cultivando durante toda una vida, más allá de los dones personales con que Dios ha bendecido a algunas personas.Como podemos observar en nuestros juegos olímpicos, los grandes hombres y las grandes mujeres son aquellos que pasan su vida entrenándose largas horas del día, alimentándose sanamente, sacrificando tal vez otras cosas importantes de la vida como son las fiestas, reuniones, salidas nocturnas, etc. Detrás de cada personaje que logra éxitos, está el gran esfuerzo. Ejemplo de ellos son nuestros destacados médicos, psicólogos, profesores, choferes, etc. Es decir, todos aquellos que desde la primera hora del día dan ejemplos de sacrificio y esfuerzo, ganándose el pan “con el sudor de su frente” y ayudando a tantos otros con la dedicación que ponen en su trabajo.El verdadero esfuerzo nos da la dignidad y la fortaleza para seguir haciendo las cosas cada día mejor, poniendo toda nuestra alegría y entusiasmo. Nos anima a superar nuestros fracasos, buscando nuevas alternativas y redoblando nuestras energías. Muchas veces tenemos la tentación de brindar a nuestros niños y jóvenes todo resuelto para que no sufran. Ojalá que estos Juegos Olímpicos que compartimos junto a nuestros niños en familia sea una oportunidad para enseñarles el valor del esfuerzo, la constancia, la autodisciplina y la perseverancia. Que no dejemos de proponer a cada niño, a cada joven, desafíos acordes a su edad, para que crezcan aprendiendo el gran valor del esfuerzo…Que cada familia sea una escuela donde se inculque a nuestros niños y jóvenes hábitos saludables de responsabilidad en las pequeñas tareas del hogar y de su propia formación personal. Que les enseñemos a superar los fracasos demostrando la importancia de la paciencia y la tolerancia ante las adversidades de la vida. Y por encima de todo, infundir en ellos el valor de aceptar las equivocaciones siendo capaces de corregirlas para superar los errores que se cometen. Nos anima San Pablo, que ha sido un evangelizador incansable, en su carta a los Filipenses: “Hermanos, no pienso que yo mismo lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús” (Fil 3,13-14). Que en los tiempos compartidos junto a la familia, no dejemos de dialogar para recordar que es fundamental seguir siempre avanzando con perseverancia y esfuerzo hacia las metas más nobles de la vida hasta alcanzar el premio final que nos espera a todos los hombres y mujeres de fe: “La misma vida eterna”.





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