No había muchas opciones por donde entrar a las cuevas. Pasados los controles de seguridad apareció la roca cavada, una boca gris, un túnel, se podía pasar cómodamente.Nada imponente, ni decorada.Dejé que el grupo se adelantara y luego comencé a andar.A pocos metros de caminar en los túneles, el vacío comenzó a interactuar, silencioso y fuerte. Me alertó que estaba en su casa, tapaba mis oídos, cruzaba a través de mí, no se quedaba conmigo, me hacía sentir como si yo fuera una puerta que tan solo servía para que él pasara.Me había preparado para este momento, meditar caminando en las entrañas de la tierra.Más caminaba, más tenía que inclinarme hasta llegar a moverme como un gato, en los túneles de la cueva.Los pensamientos como el cuerpo se atrancaban y se tenían que deslizar en fila. Había momentos tan intensos, que me preguntaba, ¿qué estoy haciendo aquí? Sorpresa, no había respuesta. Me daba cuenta que en el fondo no quería respuesta, sino trascenderla.Siempre surgen las preguntas existenciales en momentos como éste. Estaba metiendo la nariz y por qué no decir, el cuerpo y el alma, en un pasado que se ha ido y dejó sus huellas.Miraba mis manos que se apoyaban en la roca. Tomé conciencia de la dureza de la piedra cuando las yemas de mis dedos raspaban contra ella. Reí, entendí el mensaje del espacio, “toma conciencia del pasado y del futuro, de lo eterno, del presente”.Ser conscientes de que existimos siempre en el presente, implica ser conscientes de que somos intemporales e inespaciales.Espabilaba de estas reflexiones en cada descanso, donde aparecían pequeñas cámaras.En toda la cueva el aire era fresco, no hacía ni calor ni frío, una temperatura casi uniforme a pesar de que habíamos llegado hasta el cuarto nivel. Hendiduras que sirvieron de nicho para vasijas donde sus habitantes guardaban granos, verduras, aceites, frutas secas, agua, incluso sus propios excrementos (tapaban las vasijas con capas de cera).Ciudad subterránea, ciudades refugios de hititas, de los primeros cristianos perseguidos. Llegamos a una cámara que había sido adaptada con un pequeño altar y decorada con iconografía. La cultura de este pueblo, parecía haber perecido, pero al mirar los frescos, el mensaje estaba vivo, había sido escondido en las oscuras cavernas con sus pequeños templos sagrados.Las imágenes pintadas, que habían sido tratadas como leyendas, meras creencias, imágenes fantasmagóricas, supuestos escondites religiosos, resurgían con su belleza al ser iluminadas. Antes de subir, medité por unos minutos delante del pequeño altar.Puedes hacer este ejercicioSe tiene que hacer en una noche estrelladaUtiliza la imaginación, busca un sitio tranquilo.Haz un camino enlazando las estrellas.Verás que entre una y otra quedan espacios oscuros.Imagina que comienzas a caminar por este sendero de estrellas, que vas pasando entre los espacios oscuros.En el primer espacio medita en algún aspecto de tu carácter que hace difícil la relación con otras personas, lleva ese pensamiento a la próxima estrella, lo iluminas con el destello de la estrella, lo purificas y lo vuelves a meter en el espacio oscuro pero más liviano, limpio, hasta llegar al final del camino, surgiendo a la realidad.Colabora: María Benetti MeiriñoAutora de libros y guía para meditación. [email protected]





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