Una sólida columna de humo se levanta por encima de las casitas de costero en uno de los barrios más pobres de la ciudad, situados en la zona Suroeste: El Porvenir II. Cuando estos trabajadores reciben la visita de PRIMERA EDICIÓN, el horno de ladrillos más grande que se haya visto en Misiones -realizado por un olero- ya lleva 24 horas encendido y debe permanecer así, por lo menos un total de 40 horas. Una vez listo, representará un total de 107 mil unidades de ladrillo. “Si los ponemos en hilera, vamos y venimos cuatro veces de Buenos Aires”, comentó el olero Tomás García, autor de la iniciativa.“Según nos dice la gente, nunca ni siquiera en la época más floreciente de los barrios de oleros como Lasa, Santa Rosa o el Porvenir I, hubo un horno tan grande como el que estamos quemando”, explicó el hombre ya entrado en años, y curtido de tanto trabajo duro.Tras una recorrida por el predio, donde se es consciente que están creando la base sobre la cual se desarrolló cada ciudad del mundo -el ladrillo- en la mirada de Don Tomás queda un brillo de esperanza. Este olero quiere, con todas sus fuerzas, que su acción incentive a otros compañeros a no perder la fuerza de voluntad para escapar de la miseria.“Si esto pude hacer solo, ¿qué podríamos hacer juntos veinte oleros?”, se pregunta, “podríamos producir más de un millón de ladrillos. Ojalá todo esto sirva para que podamos sentarnos a discutir sobre el tema”, sueña. A su modo, el horno que levantó es monumento al trabajo digno y también un mensaje.“Con esto quiero expresarles a mis compañeros oleros que sí podemos salir de la pobreza, porque yo no tengo ayuda de nadie acá y he podido”.Don Tomás sabe que en la organización está una de las claves. “Nunca pudimos discutir a fondo cómo podíamos organizarnos para detectar las dificultades que tenemos para desarrollarnos, por qué vivimos así. Si nos ponemos a pensar de fondo cuál es el valor que tiene el olero no deja de ser paradójico que nuestro trabajo basamenta el desarrollo de la sociedad, porque si no hay ladrillos tampoco edificaciones ni nada de lo que vemos en nuestras ciudades. Es una cosa muy grande la que fabrica el olero y sin embargo nunca se le reconoció. Al contrario, somos tratados como si valiéramos menos que el adobe que cocinamos”, evaluó el viejo dirigente campesino devenido en olero.“El peón que fabrica ladrillos no puede levantar ni una casita de material para sí mismo. Si se tomara en serio al olero como un productor, como un emprendedor, las autoridades deberían llegar a nosotros con políticas genuinas de desarrollo. Por ejemplo, todo lo que se construyó en el barrio se hizo con ladrillos traídos de afuera, si al menos nos hubieran comprado a las olerías de la zona hubiéramos sentido un apoyo, pero en verdad hasta en eso nos han dado la espalda”, lamentó.En números Para algunos oleros la situación es peor a la que se encontraban cuando fueron relocalizados en El Porvenir II barrio San Isidro allá por el año 2000. Aunque algunos se han organizado para continuar trabajando en el oficio que conocen de toda la vida, se trata de una organización muy básica que apenas alcanza a algunos aspectos de la producción, pero falta mucho en organización con miras hacia una política de desarrollo y de crecimiento.“No pedimos nada regalado porque hemos crecido con la cultura del trabajo; sin embargo no somos ajenos a la necesidad de que las instituciones nos brinden un apoyo porque si por ejemplo no obtenemos créditos a mediano y largo plazo nos resulta imposible pensar que algún día podríamos salir de la pobreza. Si hoy la mayoría ya no nos podemos ni siquiera a afrontar los costos de insumos imagínese qué nos vamos a poder permitir pensar en el futuro”.Para entender el panorama, Tomás García pasa a los números: “la unidad de adobe (ladrillo) a quemar tiene un costo de producción que ronda 1,20 pesos, con lo cual el costo de 1.000 adobes (ladrillos crudos) es de 1.200 pesos (incluye gasto de insumos y la leña para cocinarlo). “Ya cocinado estamos peleando poder venderlos a 1,80 pesos por unidad, pero los terceros nos tiran el precio abajo. Lo máximo que nos están pagando roza el 1,60 pesos con lo cual prácticamente regalamos la producción a los intermediarios. No tenemos ni nunca hemos tenido un punto de venta donde colocar lo que producimos sin necesitar depender de ellos. También sería necesario, por ejemplo, generar condiciones de crédito para la adquisición de un camión para poder transportar la producción por nuestra cuenta, porque si tenemos que pagar a los fleteros estamos en la misma”, especificó el dirigente.“Sin embargo todos los oleros que vivimos aquí (por el Porvenir II) y los cerca de dos mil oleros que existen en la provincia dependen de vender al intermediario. Si esta figura se elimina, se abarataría el costo, mucho más para el pequeño comprador que está pagando casi 3.500 pesos los mil ladrillos”, especificó.Ayuda necesariaPara don Tomás García se hace necesaria la existencia de créditos blandos a fin de que no se detenga la producción. “Siempre hemos pensado que el consumidor final sería muy beneficiado si es que se elimina esa figura pero nos vemos obligados a venderle porque no tenemos siquiera un camión para llevar el flete. Eso sería posible, tal vez, mediante un convenio gubernamental primero que nada para tener el camión y también, por supuesto, puntos de ventas fijos”, aseguró.“Cuando llegamos al barrio éramos noventa familias de oleros, hoy si permanecen aquí cincuenta familias con olerías activas, el número está exagerado”, opinó.“La mayoría tuvo que dejar de trabajar por su cuenta para emplearse en otras fábricas. Si hubiéramos tenido un acompañamiento estatal genuino quizá la situación ahora sería distinta”.Las únicas veces que nos han visitado políticos o funcionarios es en tiempos de campaña, llegan con muchas promesas y bolsas de mercadería, pero lo que necesitamos nosotros es que dignifiquen nuestra actividad. Aunque quizá convenga que nos tengan en esta situación de dependencia”, consideró García.Antes de despedirse, el olero piensa en voz alta: “Una patria de miseria no es patria, es una patria de muerte; somos miserables a pesar de que la miseria no existe, la naturaleza es generosa. Son las personas quienes destruyen la sociedad”.No pueden salir solos de la marginalidad Encontrar casas de material en El Porvenir II es algo bastante parecido a la búsqueda del tesoro. El que más puede, construye con maderas de machimbre; el resto con costeros, lonas y descartes.Asfixiados por los elevados costos de producción, el 50% de las fábricas independientes cerró. De la pobreza en la que están, estos trabajadores caen en una situación peor porque deben emplearse en otras olerías como changarines y aceptar las monedas que les pueden pagar otros oleros casi tan pobres como ellos. En el barrio hay agua de perforación, pero l
a bomba no es suficiente para extraer la que hace falta y se descompone con mucha frecuencia. Cuando eso pasa, generalmente en días de verano cuando el calor aprieta, la gente toma agua de los charcos. El acceso a la salud y a la educación es -como en todo ambiente marginal- deficiente. Las clases se interrumpen cada dos por tres, porque no hay agua o no vinieron los maestros. Cuando están, los niños no tienen el mismo acceso a la enseñanza que en otras escuelas públicas de la ciudad.“Miramos los cuadernos y no hay nada dado ni tareas. A nuestros chicos no se les enseña lengua o matemática; los ponen a trabajar en la huerta. De los niños se dice: ellos son el futuro, pero los nuestros ni presente tienen”, contó apenada una mamá. Su testimonio es apenas una radiografía de la pobreza y sus paradojas.APOSTILLASA fuerza de caballosLa mezcla para el adobe en El Porvenir II se sigue haciendo utilizando la fuerza animal. Los sufridos mulos y caballos, quizá tanto o más que sus dueños, a falta de equipamiento, giran interminablemente para amasar el adobe. Se trabaja a destajo en la intemperie llueva, haga calor o frío.Materia prima por doquierUna enorme “montaña” de tierra roja bordea el terreno de don Tomás. Para extraerla, los maquinistas cobran a los oleros 700 pesos la hora. “Por suerte no tenemos que pagar por el camión de tierra, sino ya estaríamos presos a causa de las deudas. Pagamos todo caro y nos obligan a vender barato”, contó. A lo alto y a lo anchoEl horno de don Tomás García, el más grande emprendido en Misiones, dio trabajo en los últimos tres meses a otros compañeros oleros quienes cerraron sus fábricas acosados por los altos costos de producción y una fuerte caída en los precios y las ventas. “Si nos unimos podemos salir juntos de la pobreza”, dicen.Fotos: M.Colman





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