Esta semana quiero aportar una mirada sobre las relaciones entre figuras significativas y los niños. Padres, madres, docentes, que de alguna manera “perdidos en el submundo de la tecnología y el uso de aplicaciones actuales, dejan de estar “comunicados” con sus hijos. Observando situaciones en la vida cotidiana, considero fundamental hacer un alto y socializar algún modesto análisis sobre el tema. Para ejemplificar tomo ejemplos concretos. En el primer caso, una madre de familia fue a recoger a su hijo a la escuela, al llegar a su casa se dio cuenta que el niño no era el suyo, se había distraído todo el tiempo con el celular, por lo que no se percató del hecho. Regresó a la escuela por su hijo y reclamó a las maestras sin aceptar su culpa. En otro hecho, mientras una mamá estaba en un consultorio entretenida con el celular, su hija de menos de dos años se fue al pasillo y cuando se abrió la puerta del ascensor, se subió. Fue hasta el primer piso y ahí la detuvieron antes de que saliera a la calle, luego empezaron a vocear buscando a la mamá de una niña pequeña. La mujer, quien seguía entretenida en el celular, aún no se daba cuenta hasta que la otra hija le preguntó por su hermana; recién ahí fue por la pequeña, pero cuando regresó al consultorio siguió con el celular. En un estudio se observó a 55 padres en restaurantes y se encontró que 40 de ellos usaron teléfonos celulares durante la comida. Los papás están pegados a la tecnología incluso en los momentos de familia. Un detalle llamativo es que quienes utilizaban sus celulares en forma continua durante la comida en el restaurante, respondían con mayor agresividad a las interrupciones de sus hijos. Hoy sabemos que muchas veces se envían mensajes por Whatsapp a los hijos como: “La comida está lista” o “¿Cómo te fue?”, o bien para preguntar cuestiones cotidianas que anteriormente se gritaban de habitación a habitación. Esto, puede significar que se está haciendo un uso excesivo del celular. Es importante saber que el uso de aparatos inteligentes facilita muchas tareas de la vida diaria, sin embargo, los especialistas advierten acerca de la pérdida de las capacidades de socialización y del distanciamiento familiar, si no se da un empleo moderado a los teléfonos. El uso de redes como Whatsapp o Facebook para mantener contacto con sus hijos mientras se encuentran fuera del hogar y sentirse tranquilos es pertinente, pero si además son usadas para comunicarse dentro de la casa, incluso cuando todos los integrantes estamos bajo el mismo techo, debería ser repensado.“La gente no puede estar sin un celular porque siente que se le acaba la vida”, asegura la doctora Patricia Andrade, catedrática de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México. El problema es que existe el riesgo de que se pierda la capacidad de interactuar, si no se hace buen uso de la tecnología. No deja de haber interacción, se ha reducido, está siendo de otra forma. Amaya, un experto en el tema, comentó que los celulares, tabletas y dispositivos, está demostrado que producen adicción. Hay niños que en la noche se tapan con cobijas y se esconden a jugar videojuegos, mientras sus padres piensan que están dormidos. Como psicopedagoga y docente, considero que esto tiene consecuencias serias en su aprendizaje, ya que no ponen atención o se quedan dormidos en el salón de clases. Las verdaderas necesidades humanas son pocas y esenciales: alimento, aire, agua, abrigo, techo, vínculos, reconocimiento, amor y, como culminación, realización, trascendencia. Estas necesidades no cambian con los tiempos, son definitorias de nuestra condición humana, sin embargo los deseos son inoculados. Por ejemplo, cuando tienen hambre creen que necesitan tragar una determinada marca de salchichas; cuando tienen sed sienten que mueren por una gaseosa bien publicitada, cuando necesitan vincularse, están convencidos que eso es imposible sin determinado teléfono celular o una computadora determinada. Cuando las necesidades que involucran a la espiritualidad y a la trascendencia están desatendidas, en ese agujero negro germinan los deseos, creyendo ilusoriamente que son necesidades.Mientras los padres se escudan en la excusa de la “seguridad” y de la “accesibilidad” para comprar celulares a sus hijos, la realidad es que la compra de los adminículos parece una forma más del miedo parental a la reacción de los hijos ante la imposición de una negativa, o un límite. Un teléfono celular no es una necesidad básica en un niño ni en un adolescente. En todo caso, muchas veces es una “necesidad” de los padres: la de sentirse ídolos de sus hijos, la de congraciarse, la de evitar un conflicto, la de decirse a sí mismos que son “buenos padres” que no le hacen faltar nada a sus hijos, la de saldar culpas (por ausencias reiteradas, por supuestos errores en la crianza, etc.), la de no ser diferentes de otros padres y evitar así el (pre) juicio social.El verdadero instrumento de “seguridad” con que cuentan los padres, es reforzar la comunicación cotidiana, confiar en que, a partir de esa comunicación y acuerdos claros, los chicos ejercitarán la responsabilidad de mantenerse comunicados y mostrar más presencia parental en aquellos espacios que se han convertido (gracias al pánico de los padres) en coto privado de los adolescentes y púberes.Presencia parental significa también la disposición de normas para la convivencia en el hogar y la imposición de penalidades cuando éstas no se cumplen.Ser capaz de demorar sus apetencias y deseos protegiéndolos de pequeños peligros cotidianos. A cada nuevo nivel de libertad le ha de corresponder una obligación más. Por ejemplo: “Ahora que puedes regresar a casa más tarde también tendrás que llevar a tu hermano menor al entrenamiento de fútbol”.La psicóloga y directora del centro de asistencia familiar Orientar, Marcela Labrit Speroni, afirma que “en un colegio no debe existir el celular porque hay fuentes viables, como la maestra, para comunicar al alumno con sus padres. Lo que hace el padre que le compra un celular al hijo para ir a clases es puentear a las autoridades responsables dentro de la escuela”.En otras palabras, los padres desautorizan una vez más a la escuela, descienden al nivel de sus hijos y la escuela debe lidiar con dos transgresores infantiles en lugar de contar con la colaboración de un adulto.Colaboración: Myrian Mabel Báez Lic. en Psicopedagogí[email protected]
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