Seguramente en sus espíritus de niñas, o en lo que quedaba de ellos, tras haber transitado una infancia dura, en la que sufrieron abusos de toda índole, soñaron un final feliz, sin embargo fue otra la realidad con la que se encontraron Nati, Sandra y Rita, dos hermanas y una prima que hasta diciembre pasado estaban alojadas en el Hogar Anspaz, en Jardín América.Este centro, en el que residían doce niños, se cerró cuando una pequeña, de nueve años, confesó a sus docentes que había sido violada y callado el calvario por terror a las represalias de los encargados de su cuidado, aunque ya había ocupado los titulares de los medios de comunicación catorce meses antes, el 30 de septiembre de 2014, cuando ingresó al hospital de esta localidad una beba con un cuadro de deshidratación, excitación psicomotriz, dilatación y desgarro de esfínter, que ante la sospecha de un abuso sexual derivó en un pedido de análisis forense, en el que se informó que las lesiones no comprendían una violación, sino que eran similares a una diarrea. Paula Pisak, acérrima militante de los derechos humanos y quien puso sobre sus hombros, junto a las docentes, estas denuncias ante la Justicia, explicó a PRIMERA EDICIÓN que tras hacerse pública la situación “la primera opción fue cerrar el lugar, como para tapar todo rápidamente, en vez de solucionar el tema central que era hacer responsable a la tutora de todos los abusos. Como Nati, Sandra y Rita eran las más grandes, tienen doce, trece y catorce años, buscaron un familiar que las lleve, mientras que a los restantes las ubicaron en otros hogares”.“Creo que la idea era alejarlas del sistema porque fueron las que hablaron y sabían todo, porque todos fueron abusados y los bebés no hablan”, mencionó Pisak.Fue así que la Justicia ubicó a un tío de las adolescentes en San Ignacio, cuya situación económica no era la más indicada, vivía de changas, con tres hijos, en una pobreza extrema. Sin embargo se le dio la guarda y de un día para otro en una precaria casilla convivían seis criaturas más el matrimonio.“Traté de ayudarlos, conseguí camas, ropa, colchones, etc. Pero esto duró un par de meses, las necesidades eran imperantes, sobrevivían de la pesca, el Estado nunca hizo seguimiento de la situación, ni hubo contención psicológica, que era lo mínimo que necesitaban, apenas salieron del hogar una de las chicas enfermó producto de los recuerdos, no comía e, incluso, llegó a convulsionar”, describió esta mujer a quien su instinto de madre no le permitió mirar a otro lado.Una pesadilla que nunca acabaFinalmente un buen día los tíos y primos desaparecieron, las dejaron solas en la casa, sin siquiera alimentos. Una noche entraron a robar lo poco que había, ellas pudieron esconderse y luego huir a la casa de una vecina, que logró comunicarse con la madre biológica.Entonces las tres adolescentes se mudaron a Urquiza, a vivir con sus abuelos y madres, más otras hermanitas. “Dicen que en principio fueron judicializadas, porque el abuelo era alcohólico y lo denunciaron”, comentó Pisak.“Un día fui a visitarlas, pobreza es poco, de nuevo, dormían en el piso, de tierra, no tenían ropa porque de San Ignacio se fueron. Volví a juntar lo que pude, el Estado, nuevamente ausente”, dijo.Y añadió que la relación con el abuelo era mala y las madres, por su ignorancia, a mi parecer, tienen una gran sumisión y hasta cierto retraso, no hablan, tampoco su abuela”. Por suerte “el día que las nenas dejaron el hogar les hice grabarse mi número de celular, para que por cualquier cosa me escriban, y así fue. Hace unos días me escribieron que no saben qué hacer porque el abuelo vuelve de Buenos Aires el 21 de este mes y les dijo que ya no quiere verlas allí”, relató.“No pueden seguir de un lado al otro, jamás tuvieron contención, ni ayuda económica, quisieron tapar el sol con las manos, alejarlas y que todo se olvide rápido. Hoy casi prefieren volver a vivir lo padecido porque al menos tenían un techo”, indicó.Paula Pisak no se sentó a esperar y, nuevamente, comenzó a buscar soluciones, así se encontró con la promesa de alquilarles una casa en San Ignacio, donde supuestamente vivirían con la madre de una de ellas, pero nadie explica con qué. “Ya no confío en las palabras de nadie, las abandonaron desde el vamos, qué pasaba si las nenas no tenían mi número”, cuestionó Pisak.Hace seis mesesEl hecho salió a la luz cuando el viernes 13 de noviembre de 2015, una de las niñas del hogar se presentó a clases y habría manifestado a sus educadoras que no podía sentarse por los fuertes dolores. Las maestras revisaron a la menor de nueve años y, al no encontrarle rastros de ninguna picadura, trataron que la víctima relate lo que le sucedió. Entonces la pequeña se quebró en llanto e indicó el lugar y quién sería su agresor. Rápidamente recurrieron a la Comisaría de la Mujer de Jardín América, desde donde se dispuso que la víctima sea analizada por médicas legistas, las que confirmaron las lesiones respectivas a una violación.Tras la denuncia de las docentes, dentro del hogar fueron varias las niñas, incluso una hermana de la abusada, las que confesaron escenas crueles de maltrato y violencia sexual. Incluso, Natalia, Sandra y Rita, por ser las mayores, son testigos de la causa que se cursa por la violación de María Clara, la niña de un año y medio.





Discussion about this post