Misiones cerró el domingo la Semana Provincial de la Lucha Contra el?Uso Indebido de Drogas, durante la que se llevaron a cabo importantes encuentros de capacitación y concientización. En este contexto, PRIMERA EDICIÓN charló con Germán, un exadicto que compartió su triste experiencia para que aquellos que aún tienen la posibilidad de elegir el camino a tomar, piensen dos veces qué esperan para su futuro y, obviamente, escojan el mejor.El joven, que aún no cumple treinta años, relató que hace poco más de una década pensó que lo mejor que podía pasarle era olvidar las huellas que el pasado había dejado en su vida y que el alcohol ya no era capaz de tapar.“Mi madre murió el día que cumplí quince años, ese día fue el principio de mi fin”, expresó el muchacho.“Ella estaba muy enferma, sin embargo estaba convencido que estaría a mi lado por mucho tiempo más. Incluso muchas veces rezongué por tener que condicionar mis actividades a su estado de salud”, añadió.Desde aquel día, un “25 de noviembre, cómo olvidarlo” -asegura Germán-, sólo contó con su padre que, ahogado en la tristeza, encontró refugio en el trabajo.“Estaba en tercer año, me sentía solo y busqué relacionarme con compañeros de años superiores, así surgieron las salidas, primero los sábados, luego también los viernes, hasta que no existió más día de la semana en el que no tuviera planes. Mi papá, pensaba que estaba estudiando, imagino”, recordó.Y agregó que “mi viejo gozaba de una muy buena posición económica, por lo que el dinero nunca fue un impedimento, creo que nunca cuestionó lo que le pedía, sólo sacaba su billetera y extendía la mano con lo que le había pedido e incluso más, después de todo, ‘era para la escuela’”.Vino, champagne, cerveza, licores, tragos elaborados, todo pasó por el paladar de Germán antes de “celebrar” sus 16 años. Para entonces también había comenzado a fumar y frecuentaba los boliches de la capital misionera.“La noche desborda en ofertas, más cuando tenés plata. Alcohol, cigarrillos, sexo… Ya no alcanzaban, entonces durante una madrugada se encendió un porro; lamentablemente fue sólo un eslabón más en la cadena, porque a partir de allí no volví a ser el mismo”, aseguró.Pastillas con bebidas, energizantes, marihuana, algún que otro pegamento para aspirar, “creo que todo lo probé. Pedía ayuda a gritos, pero nadie parecía escuchar, mi papá ya tenía otra pareja y yo, yo sólo parecía recordarle un momento triste de su vida”, dijo Germán.“Ocho años pasaron hasta que verdaderamente toqué fondo, hasta que una noche una sobredosis me dejó en el hospital. Aquella noche mi padre comprendió que lo necesitaba, que yo estaba enfermo y que él había estado ciego”.“Con 23 años mi vida estaba prácticamente destruida. Mi viejo me internó en un centro de rehabilitación en Rosario, allí estuve más de un mes sin siquiera acercarme a la puerta, hasta que empecé a retomar el control de mi cuerpo. Los primeros días fueron una verdadera tortura, hoy ya pasaron cinco años y tanto él (por su padre) como yo comprendimos que esta es una enfermedad crónica y la peleamos juntos. El tiempo que perdimos no se recupera, pero aprendimos a manejarlo, a estar juntos, a salir adelante”, confesó.





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