Las relaciones humanas constituyen una base fundamental en la vida de las personas, y la calidad entre estas son muy importantes, cuando uno interactúa con otra persona, es muy valiosa la actitud, porque demuestra -¡a veces!- nuestra intención.La intención nos habla sobre las ideas que una persona tiene en su mente y se propone poner en práctica, es lo que motiva una acción o comportamiento al relacionarse con otros.Nuestra intención también disfraza concientemente la voluntad que ponemos para lograr un fin, y siempre está muy relacionada al deseo que me motiva para una acción, por ejemplo se ve cuando en un partido un futbolista patea a su rival al intentar maniobrar con la pelota, éste dirá que fue un golpe sin intención de lastimar a su rival; confirmar que es esa la verdad es la tarea difícil de los árbitros.Entonces cada acción la podremos “calificar moralmente” según su intención, es decir diremos que hay buenas y malas intenciones.Las buenas intenciones se originan a partir de un objetivo noble y en general sus consecuencias son beneficiosas, aunque algunas pueden ser dañinas, por ejemplo si alguien le pregunta a otro por un familiar y éste le responde que falleció, la intención del que preguntó era buena, pero el otro tuvo un recordatorio del suceso triste por su fallecimiento. En cambio las malas intenciones, nacen a partir del objetivo de querer perjudicar, y generalmente lo logran, en general tratar de ocultarlas es lo que provoca la llamada “doble intención”, donde una es la que se desea interiormente y otra es la manifestación externa.Existen intenciones donde se desea imponer una idea sobre la del otro, no importan los argumentos, lo importante es tratar de obtener nuevos aliados con ideas similares a las que tengo “YO”, interesando muy poco lo que piensa el otro.Ni hablar de cuando los dos interlocutores que se enfrentan tienen igual intención, de tratar de atrapar al otro con sus ideas, como ocurre habitualmente cuando se enfrentan dos políticos de diferentes ideologías, es aquí donde se arma un “desparramo” de argumentos y conclusiones que generalmente no llagan a nada.Quizás la intención sea básicamente buena, debido a que la mayoría piensa que lo que le hace bien a uno, le va a hacer bien a los otros, pero en la realidad vemos que cada ser quiere “cantar su canción según el mejor tono que tenga y en el idioma que mejor interpreta”.Además todo ser humano posee lo que llamo un “orgullo básico”, que es siempre querer imponer una idea sobre la del otro, antes que reconocer una equivocación y que lo que el otro piensa es más saludable y sabio.Otra de las intenciones que nos suelen acompañar es ir con “indiferencia” al diálogo, -¡No me importa lo que piensa el otro!- repetimos interiormente inflando nuestro “ego”, que se puede inclinar a un extremo por estar embebidos en la indiferencia total, donde no me interesa ni la opinión del otro ni la mía, sino que lo más importante que se desea es el acto de ganar siempre toda discusión.El concepto de intención en forma más amplia también se relaciona al contenido de nuestra mente o conciencia, y la relación que establecemos con el medio ambiente para conocer la realidad que nos rodea.Toda intención se edifica partiendo de nuestros valores, si estos valores permiten el engaño para buscar un fin, el engaño se hará, si en cambio existe responsabilidad en el mantenimiento de la verdad en lo que se dice, habrá más sinceridad, por ejemplo si veo a un hijo cometer un robo debo buscar que asuma su responsabilidad del hecho, si no lo hago sin duda empeorará con el tiempo. La actitud más constructiva en un diálogo es buscar nuevas ideas, para incorporar nuevos conceptos o por lo menos perfeccionarlos, buscando el nacimiento de nuevos significados a nuestras ideas, reemplazando a las antiguas.La actitud de apertura centra nuestra atención e intención en las ideas, y no en las personas, -¡siendo muy difícil!-, ya que la opinión que tenemos del interlocutor generalmente “mancha” el razonamiento que hagamos de sus ideas, por ej. si se me acerca un conocido y pienso -¡Uy, ahí viene este cargoso!-, seguro que todo lo que diga me resultará pesado.El concepto que tengamos de una persona o prejuicio, nos distrae, y tiñe la idea que se está expresando, si pensamos que el que habla es un mentiroso, su boca no expresará ninguna verdad, como dice el dicho: “En boca de mentiroso, lo cierto sabe dudoso”.Es muy difícil para nosotros saber exactamente la última intención que mueve a una persona. Podemos tratar de interpretar y sospechar cuando alguien nos miente, pero si no sale de la boca del otro jamás tendremos la certeza, lo que podemos hacer es percibir de forma intuitiva sobre sus actos y sus dichos.A toda intención calificada como buena, le debemos agregar un razonamiento y deducción adecuado, para llevar la idea a buen puerto, es decir que se haga práctica sin dañar, por ejemplo si deseamos proteger el agua podemos aportar nuestra pequeña cuota ahorrándola en nuestra casa.Todos somos juzgados, no por nuestros “deseos del corazón” sino por nuestras acciones y omisiones, es decir lo que hacemos, lo que no hacemos y sobre los resultados que surgen luego de una acción concreta. Por todo esto debemos reflexionar la forma práctica en concretar nuestras intenciones, como llegan a los demás, si es verdad que mis intenciones “buenas” se traducen en obras buenas o dañan, o quedan en el aire como una idea romántica, sólo para hacernos sentir bien.Sentimos cariño por los nuestros, pero muchas veces no lo expresamos, estamos enfadados porque somos duros y nos endurecemos más, no invertimos tiempo ni sonrisas en la gente que nos importa, no escuchamos cuando nos hablan, toda nuestra vida se edifica alrededor del “YO”.Dejemos libre al cocodrilo que tenemos en nuestros bolsillos y gastemos más dinero en otros, en lugar de esconderlo y convencernos de que lo estamos ahorrando para mejores ocasiones. No desperdiciemos nuestra vida que es corta, y sólo la llenaremos de buenas intenciones, sino que hagámoslas prácticas.Por J.L. Bazán – Médico





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