Señora Directora: Casi cotidianamente leo en ese Matutino las Cartas de Lectores, en particular la de un “colaborador permanente” –podría decirse así por las numerosas cartas de su autoría publicadas—y que, haciendo honor al nombre adoptado (pseudónimo, quizás), es un duro crítico y cuestionador de la “herencia” recibida, así como un cerrado defensor de la actual gestión de gobierno. No admite opinión adversa alguna contra la alianza política que hoy detenta el poder federal y, vaya paradoja, rechaza por irrespetuosos acusaciones a éste muy similares a las que él mismo hacía antes de diciembre pasado.Es como si de pronto todos los infiernos del Dante estuvieran encarnados en los últimos doce años de gestión previa a la actual, olvidando que todos tenemos “historias” sobre nuestras espaldas y no siempre lo suficientemente limpias como hubiésemos deseado. En especial cuando la mayoría de los hoy funcionarios ya tuvieron participación anterior en la gestión pública o desarrollaron actividades empresarias con aspectos deplorables, por acción u omisión, que “bien convendría” olvidar.Sin tomar partido por unos u otros, quiero advertir que mientras en la gestión anterior era posible decir por los medios lo que se le ocurriese sobre el gobernante de turnos –todos recuerdan los múltiples insultos de grueso calibre y calificativos, algunos muy ofensivos, pronunciados—, con la limitación, quizás, del manejo de una publicidad oficial orientada a los más benevolentes (aunque no siempre). Ahora, en pocas semanas, en nombre de la pluralidad y la diversidad de voces se han acallado la mayoría de las expresiones disidentes (ojala se supieran el porqué de esas razones) y no sólo en los medios oficiales, donde podría entenderse como algo lógico, aunque censurable.Nunca fui kirchnerista ni tengo por qué defenderlo. Ellos sabrán hacerlo por sí mismo y deberán pagar sus culpas en la cárcel, si correspondiere..Todas las palabras encierran significados que parecen querer vaciarse. Así verdad, justicia, democracia, diálogo, igualdad, honestidad, etc. han ido perdiendo su significado real, se las bastardea, tal como ya ocurrió en la década menemista y, lo que es peor, la política se vuelve una mala palabra de una pésima práctica. Y no hablemos de los políticos que, a la luz de lo que se reclama en muchos medios, deben ser “gente como uno” o un séquito selecto al servicio del poder. Cuando la gente o el vecino –ya no ciudadanos y, menos, pueblo—se limite a votar cada bienio, sin opinión propia sino la que se la entregan predigerida, ¡muchísimo mejor! ¡Cuidado! Eso puede llevar a que repitamos los trágicos y lamentables hechos de diciembre de 2001, cuando la República, primeros, y la Nación, después, vieron amenazadas su subsistencia como tales.Lamentablemente los políticos tampoco hacen mucho para corregir esa visión de descrédito y desagrado que, como hacia fines de los 90, se va generalizando a partir de un machaque constante sobre la corrupción y de la que, con razón o sin ella, no escapa nadie, particularmente si fueron ex gobernantes recientes. Porque los de épocas anteriores y que siguen en carrera, serán indicados solo si son inconvenientes al gobernante de turno, ¡total todo es “herencia” recibida!Miremos con objetividad y sin anteojeras la historia del último medio siglo y, en particular, la participación que les cupo a unos y otros cuando tuvieron actividad pública, en cualquier actividad que hayan desarrollado, y se verá que son muy pocos a los que no los cabe el sayo y esos sí son la excepción. La anterior, de nuestros pro hombres y próceres, que también puede enseñarnos mucho, es responsabilidad de los historiadores.Parafraseando al filósofo francés Jean-Paul Sartre (1905-1980) y recordando una frase que hace unos días rescatara el (tan) “admirado” Jorge Lanata en una de sus notas periodística, siempre es bueno tener presente que “la verdad es como una venda que cuando se la corre de los ojos no puede volver nunca al mismo lugar en el que estaba”.





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