El espíritu aventurero llevó a tres jóvenes posadeños a vacacionar en las playas brasileñas, recorriendo cuatro mil kilómetros en motocicletas de baja y media cilindrada hasta llegar a destino. Lucas “Chocho” Gómez, “Chicho” Brítez y Lean Mattos, concretaron el objetivo en un día y medio de viaje, bajo una torrencial lluvia pero se muestran felices de haber cumplido la meta, que se gestó tras el Mundial Brasil 2014. “Para el Mundial fuimos a dedo y un poco en bondi. Después nos quedamos sin dinero y estuvimos viviendo en la playa como diez días. Fuimos a Buzios, por ejemplo, y volvimos con la idea de ir y hacer una temporada. Soy estudiante de turismo, al igual que uno de mis amigos, entonces siempre tenemos la idea de ver otros lugares”, recordó Gómez.Durante el año persistió la idea y fue invitando a otros chicos. “La idea era viajar, no en moto, pero como siempre pasa, te dicen voy a ir y después se van bajando por la plata u otro problema. Y sobre el final dijimos: ‘y si nos mandamos en moto’. Tiramos como un bolazo y fue tomando cuerpo. En diciembre nos sentamos los tres. Como uno de los chicos es entendido en mecánica y ya había venido de Buenos Aires con la moto, resolvimos que si íbamos los tres, salíamos. Nos pusimos de acuerdo el 15 de diciembre, arreglamos los papeles, pusimos las motos a punto y el 27 de diciembre, a las 7, partimos”, contó entusiasmado, como reviviendo el momento.Gómez confió que se tenían que detener con frecuencia porque en el tanque de su Honda Wave 110 es chico –otro con una Imsa 125 y otro con una Corven 150-, alcanza para unos 150 kilómetros. Además, era bastante complicado por la cantidad de cosas atadas que llevaba. Como el tanque está debajo del asiento, “tenía que desarmar todo el equipaje, sacar todas las cosas. De paso estirábamos los pies, quedábamos diez o quince minutos descansando y dejando enfriar las motos, y seguíamos. La velocidad establecida era de 70. Por ahí, en bajada alcanzaba los 80, pero re tranqui”.Mucha gente dudó de los resultados por el tamaño del rodado, los camiones, las rutas de Brasil, las curvas, los robos. “Pero no tuvimos problemas. En la ruta había mucho respeto porque nosotros no pasábamos a nadie. Habíamos acordado tratar de ir por el medio de la ruta, no al costado, cosa de que quienes nos quisieran pasar debieran hacerlo como si fuera un auto. O sea, abrirse hacia el otro carril. Y casi toda la ruta fuimos así, no tuvimos ningún inconveniente con los autos, sólo una moto se apagó un par de veces. La lluvia no se detuvo en todo el trayecto. Estábamos todos mojados y ya daba igual si llovía o no”, agregó entre risas.Llegaron a Florianópolis el 28 a las 23, a un lugar que se llama Barra da Lagoa, donde hicieron noche. Al otro día siguieron a Lago da Conceição, donde estaban unos amigos que habían viajado en colectivo. Allí se reunieron y alquilaron un departamento muy pequeño: una habitación con una sala y un baño, por 350 reales cada uno, por todo el mes. “Era súper barato teniendo en cuenta que por día estaban cobrando 250 reales”, acotó. A partir de esa estadía tuvieron la oportunidad de recorrer toda la isla. De todo un pocoAl principio la idea era buscar un trabajo para la temporada. “Uno de los chicos intentó pero entraba a las 16 y salía a las 2 y nos parecía que era mucho. Entonces tomamos una conservadora, comprábamos latas de cerveza y agua e íbamos a las filas de autos que se juntaban para salir de las playas o caminábamos por la costa y vendíamos como para pasar el día. También vendimos sombreros e hicimos calcos. La última fue la mejor parte porque hablé con un amigo de Posadas, me hizo el diseño y cuando la mamá de unos amigos se fue para allá, me llevó las planchas”, comentó. Como en la playa prácticamente todos eran argentinos, les contaban que estaban viajando en moto, que querían recorrer y que cada calco para ellos era un recuerdo y “para nosotros un litro más de combustible para cumplir nuestro sueño. Y la verdad que la gente se re copaba. Las primeras semanas tuvimos mucha lluvia, entonces por ahí íbamos un día y después tres o cuatro no. Pero la segunda quincena de enero fue a pleno sol. En un día hacíamos 150 reales con los calcos y durante tres o cuatro días nos dedicábamos a girar, a recorrer lugares, mientras parábamos en carpa o junto a conocidos que estaban allá”, relató.El toque de locuraEn una estación de servicios conocieron a un riojano que les contó sobre la Serra do Rio do Rastro, en el sur de Brasil, unos morros a unos 1.500 metros de altura. Una locura.“Pensamos que estaba bueno pero no le dimos mucha cabida hasta que un colombiano ratificó sus dichos. Dijo que deberíamos ir porque eran increíbles entonces nos decidimos. Antes de fin de mes comenzamos a bajar, pasamos por Camboriú, Bombinhas, íbamos parando, haciendo playa. Fue un mes en el que conocimos a muchísima gente: argentinos, colombianos, brasileños, costarricenses. En el medio nos hicimos amigos de chicas de Córdoba y Buenos Aires, que iban a Praia do Rosa. Cada vez que tiraban un nombre lo googleábamos y mirábamos qué onda. Las sierras están en el sur y esas playas también, y comenzamos a bajar”, narró. Fueron siete u ocho días de lluvia constante y ya estaban acostumbrados. La lluvia estaba de su lado. Completamente mojados, buscaban campings que era lo más económico porque a esa altura del periplo pagar un departamento era imposible.“Nos instalábamos, armábamos una carpita, teníamos la ropa mojada pero la felicidad que te produce darte cuenta de los kilómetros que hiciste, hace que nada interese. Eran días normales, andábamos todo el día para llegar a la noche destruidos y dormir sin importar las condiciones”, manifestó extasiado.Según Gómez, las sierras son increíbles, muy recomendables. “Subíamos con las motos bordeando el morro con un precipicio al lado, todo verde, cascadas gigantes, viendo hacia adelante camiones y autos chiquititos. Decíamos tenemos que subir hasta allá y se nos erizaba la piel. Era como la inmensidad del universo y nosotros metiéndonos ahí con la moto. Muy loco”, describió. Los últimos kilómetros los cubrió la niebla. Si bien les habían advertido pero “nos mandamos igual”. Y los últimos 30 o 40 kilómetros fueron de neblina total, de no ver absolutamente nada. “Pasamos de la emoción total al miedo absoluto, pasamos una lluvia torrencial, con tormenta pero queríamos llegar al pueblo siguiente, donde gastamos lo último que nos quedaba en una posada”.Llegó un momento en que “uno de nosotros sólo tenía una zanahoria, y paraba y comía zanahoria. Yo había guardado 100 reales y dije que pagaba la cena pero a último momento opté por abonar con tarjeta. Cuando llegamos, la balsa por cada moto salía 26 reales y cuatro de impuesto. Si no hubiera guard
ado los reales íbamos a tener que ver cómo hacíamos”.





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