Elena se acercó a las clases de Yoga por recomendación de su médico. Es docente y manifestaba un alto nivel de estrés. El gesto duro, la respiración entrecortada y la actitud escéptica aparecían como barreras que dificultaban el acceso a una comunicación fluida. Sin embargo, fue experimentando gradualmente los efectos de las técnicas de relajación y respiración consciente, integradas con el movimiento y el trabajo postural en el cuerpo y la mente. Perseveró en la práctica, fue creciendo su autoestima gracias a la labor de su psicoterapeuta y a la conexión consigo misma que lograba en las clases. Comenzó a cultivar hábitos saludables en la vida cotidiana y todo su entorno se vio beneficiado. Hoy procura encontrar valiosos minutos retaceados al ajetreo cotidiano y regalarse una agradable secuencia de posturas de Yoga.A diferencia de Elena, otras personas como Edgardo -de mediana edad y dedicado a su taller de mecánica de automotores-, ante la aparición de alguna dolencia acudieron por referencias y consejos de amistades a probar algo que no sabían en qué consistía. Si bien permanecieron más o menos tiempo, era notorio que no se “enganchaban” porque no sentían que debían ser los protagonistas en lugar de receptores pasivos de alguna técnica aplicada por alguien. Y es que el trabajo sobre uno mismo, físico y psicofísico, en tiempo presente, en el ahora, lleva a encontrarse…Sin embargo Mauro, joven esposo y papá, empleado de una empresa y estudiante universitario, traído de la mano por su señora, expresaba en todo momento el entusiasmo por el descubrimiento de las antiguas técnicas de nuestra disciplina y sus efectos, hacía preguntas y buscaba lecturas sobre el tema, hasta que un traslado lo alejó de la ciudad, pero no del Yoga.Nilda fue un caso especial. Irradiaba luz y cariño a todos quienes se vinculaban con ella. Tenía secuelas de un problema de salud y comenzó a practicar con entusiasmo dentro de las limitaciones previsibles, repitiendo a menudo: “Yo nunca hice ninguna clase de ejercicio”, aunque era evidente que disfrutaba con las posturas que podía hacer, con la relajación que siempre abreviaba por su modo inquieto de ser y con la respiración que descubría día a día cómo alargar, suavizar y profundizar, hasta sentirse bien y decirlo.En algunos casos la constancia es relativa y tiene que ver con las características individuales; con frecuencia hay personas que retoman las clases luego de un alejamiento y luego están las que permanecen siempre en la práctica porque se ha incorporado invariablemente a su ritmo de vida. Es el caso de Celina, empresaria de tiempo completo que se desconecta del estrés cotidiano cuando se sumerge en la clase de Yoga, al igual que Mariana, de actividad similar, quien todas las veces musita suspirando suavemente al finalizar la clase: “¡Ah! ¡Qué lindo!”.Ahora cabe citar a Ramiro Calle, quien describe magistralmente nuestra práctica como: “Conjunto ensayado y elaborado durante milenios de técnicas psicofísicas y psicofisiológicas para el mejoramiento del Ser Humano, por medio del trabajo sobre uno mismo, sobre la propia naturaleza, que se ejerce sobre el cuerpo físico, el aspecto emocional, la mente y las actitudes. En esto, los investigadores occidentales reconocen que comporta una ciencia psicosomática, porque comprende la estrecha interrelación entre cuerpo y mente, que el Yoga ejercita metódicamente sin desatender a uno en desmedro del otro.” Y todo eso sucede en la hora de Yoga, en la hora del ahora. Namasté. Colabora: Ana Laborde Profesora de Yoga [email protected]. 4430623





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