Señora Directora: Muchas veces me resulta patético, risueño y hasta siento vergüenza ajena por ciertos comentarios de tinte político-partidista que leo o escucho en los distintos medios de comunicación y, particularmente, en los espacios dedicados a los lectores. Sobre todo porque, independiente del color político o lo justo de la causa que defiendan o critiquen, la vara es diferente para lo propio o lo contrario. Hasta el ridículo en algunos casos, en una sociedad donde, por acción u omisión, nadie está exento de culpas como para arrojar la primera piedra.Por una parte porque resulta muy difícil contar con la información suficiente y objetiva como para tener una opinión seria e incontrastable sobre un hecho o una circunstancia determinada. Difícilmente se escuchen las dos campanas y menos aún cuando existen fuertes intereses económicos y de poder que desvirtúan toda información sobre la verdad, que, lógicamente, siempre será relativa y según el cristal con que se mire.Nada de lo hecho por unos estará bien, sin importar el virtuosismo o los beneficios que puede generar para los más –siempre en toda acción de gobierno habrá gente que se sienta perjudicada- y esa anteojera pondrá un límite de hierro que terminará ahogando en un charco de agua cualquier acción positiva y de buena intención. Además es muy difícil que sea cual fuere el proceder humano éste carezca de aspectos cuestionables y de sospechas que lo pongan en duda, al punto de devaluar su propio propósito.Mal se puede entonces enjuiciar categóricamente a priori una acción que provenga del ocasional adversario político (o gobernante) y así se construyen preconceptos que descalifican cualquier posición en contrario. Y los buenos para unos, son de los peores para los otros… y, vaya paradoja, en muchos casos por las mismas razones que se les cuestiona a uno y se aplaude a otros.Leía, por ejemplo y no sin sentido de ironía y cinismo, la “ofensa” de una funcionaria política del hoy oficialismo por la manera despectiva con que una dirigente social opositora se refirió al presidente Mauricio Macri; mientras recordaba expresiones desconsideradas de esa misma mujer hoy en el gobierno en referencia a la anterior presidenta Cristina Fernández. Para quien, en su momento, cupieron los insultos y calificativos más ofensivos no sólo para su condición de máxima figura del Estado, sino también para cualquier mujer que se precie y respete, sin que alguien se pusiera colorado.Algo similar ocurre cuando se habla de corrupción, que fue y sigue siendo una voraz lacra para el Estado, pero que es funcional para el propósito de ciertos intereses supra poder que se aprovechan de ella –incentivándola y denunciándola- para defender sus propios intereses y doblegar a los gobiernos de turno. En el kirchnerismo y en el macrismo hay varios nombres implicados que son indicativos de esa “conveniente” aberración; como también lo fue en otras épocas: Posadas, Rivadavia, Rosas, Urquiza, Mitre, Roca, Juárez Celman, Alvear, Yrigoyen, Justo, Ortiz, Perón, Frondizi, Isabel Martínez, Videla, Viola, Menem, De la Rúa o Duhalde, solo para recordar algunos de los más vapuleados.Pero, claro, ahora la moneda se ha dado vuelta y gracias al “silencio” de ciertos medios, se cargan indebidamente las tintas para que entonces lo que estaba mal para quien fue, es “perdonable” –aplaudible, incluso- en quien hoy es. Y la razón y la justicia se pervierten y pierden valor y sentido.Afortunadamente la historia argentina tiene miles de ejemplos como estos –actuales y pretéritos-, donde los “malos” no son tan malos, como tampoco lo son los “buenos” tan buenos. Aunque habrá que tener paciencia para que esas aguas se aclaren y, en tanto, seguir conviviendo con esta realidad tan absurda, oportunista e hipócrita.





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