Señora Directora: Ha pasado ya un mes, pero todavía no puedo sacarme de las retinas la imagen de nuestra Luna en la Nochebuena pasada. Tuve la suerte de encontrarme en esa oportunidad en un campo de Mercedes (provincia de Buenos Aires), lejos de la iluminación artificial de las ciudades, lo que me permitió disfrutar aún más de un espectáculo inolvidable, lleno de recuerdos (al menos para mí).Ese bellísimo anochecer fue mágico. Más aún al hallarme rodeado de amigos y familiares que nos preparábamos para pasar juntos esa fecha tan particular, en una experiencia que hace décadas no vivo; que me hizo recordar mi niñez, cuando con mis hermanos nos sentábamos en la galería de la casa de nuestros abuelos para ver las estrellas y escuchar cientos de historias en mundos que anhelábamos conocer, pero que siempre estuvieron agazapados en mi imaginación. Y de vez en cuando, como esta última Nochebuena, vuelven a mí para recordarme que nunca dejé de ser aquel niño con ojos húmedos azorados por un mundo mágico y magnífico.Tan especial fue la noche que hasta pude escuchar el agitado jadear de Capitán, el perro de mi abuelo, que siempre compartía nuestros juegos, o permanecía atento para evitar que nos golpeáramos por alguna torpeza nuestra, de niños aún pequeños. ¡Y cuántas veces corrió y ladró a nuestro lado cuando imaginariamente luchábamos con los personajes malos, más malos que pudieran existir en un mundo infantil!Según se dijo, esa Luna de hace un mes no había sido vista desde hace la menos tres décadas, tan brillante, tan enorme, tan cercana… Pero para mí fue saltar mucho, mucho más atrás, cuando mis abuelos y mis padres aún estaban presentes, allá en aquel lejano pueblo correntino donde pasé mi infancia y donde aprendí que la vida nos reserva otros derroteros…





Discussion about this post