
Mario comienza a hablar de los ferries e inmediatamente la imaginación lo remite a su niñez, a esos mediodías en los que llegaba de la escuela, tiraba el morral y corría a campo traviesa a llevar el almuerzo a Héctor, su papá, un respetado baqueano de los ferrobarcos.
La excusa era más que perfecta porque detrás de ese mandado tenía la oportunidad de timonear alguna de las naves, gracias a la complicidad del capitán Regino Peralta. Hoy por hoy, la deplorable situación en la que se encuentran las embarcaciones le produce “una profunda lástima. Me da mucha pena. No quiero ir a verlos allí tirados. No se qué me produciría. A esos barcos los deberían poner en tierra y ahí comenzar a arreglar lo que esta podrido”, señala esperanzado de que alguna autoridad pudiera reaccionar y acceder a su mandato.
Antes de empezar la charla, Martínez exhibe numerosos recortes y fotografías que guarda como tesoro y que son una especie de ayuda-memoria, que lo sitúan en el comienzo del relato.
“Los ferris son mi vida porque me crié arriba de ellos. Tenía cinco años cuando empecé a frecuentarlos y no me los olvido porque llegue a timonearlos. El primer capitán que conocí era de apellido López y el otro era Regino Peralta, además de mi padre, que era baqueano. Vivíamos cerca del Club Racing y a veces le llevaba la comida porque no podía venir a almorzar. Entonces me quedaba y timoneaba. Regino me guiaba desde el puerto de Posadas a Pacú Cuá, de ida y vuelta. Los martes y jueves se transportaba a los trenes de pasajeros. Llevaba cuatro vagones de pasajeros y diez de carga de todo tipo, incluso combustible en tanques. Cuando regresaba de Paraguay llegaba muy tarde porque el servicio de ferrocarril allá era muy lerdo, y tenían que esperarlo”, recordó.
Contó que cuando su padre era baqueano, el capitán se había jubilado “y como el barco no podía navegar sin capitán, le dijeron a papá que rinda el puesto. Estudió como una criatura y se convirtió en capitán. A partir de ahí, el ferri nunca mas tuvo baqueano titular. Cuando era más grande mi padre me decía que sacara la libreta de embarque. Era fácil, se rendía las cuatro operaciones, historia, geografía, castellano y había que saber nadar. Cuando se era joven se entraba como marinero e iba escalando a medida que adquiría antigüedad. Hoy estaría navegando por el Sur.
En aquel momento no me di cuenta que iba a extrañar tanto a los barcos”, acotó Martínez, quien se desempeñó como taxista y luego colectivero, por el lapso de 18 años. Lamentó la desaparición de Regino Peralta, quien “se murió de angustia. Tenía más antigüedad que papá pero ese capitán cuando se jubiló no aguantaba el hecho de ‘no estar’. Mi viejo le decía que fuera a navegar con él. Pero iba al puerto a ver cómo el barco pasaba sin él” por un río, por aquel entonces, mas estrecho y menos caudaloso. Y describió el costado solidario de los ferris como cuando se inundaba la Heller.
“Lo venían a buscar a mi viejo y con el ferri entrabamos a sacar a la gente porque dentro de ellos cabía un montón de personas. Era la solidaridad de la misma gente que trabajaba en el barco. No interesaba si era sábado o domingo. Por eso es una pena que terminen como canoas que se van a pique porque no dan rédito”, manifestó.
Como apostando sobre quien sabe más de la historia de estos “gigantes”, Martínez dijo: “que alguien me diga cuántas veces el ferri se escapó del atracadero y cuantas lo agarraron en medio del río. La última tormenta que me acuerdo, en 1975, lo vinieron a despertar a papá porque el ferri se había escapado, y traerlo implicaba un gran sacrificio”.
Desmantelados
Martínez hizo mención a los robos que se produjeron una vez que estos colosos dejaron de funcionar. Uno de los faltantes más vistosos son los telégrafos que se encontraban dentro de las naves y que eran de bronce de un metro de estatura
. “El centro del timón también era de bronce. Si pudiera ingresar a la sala de máquinas, supiera todo lo que se llevaron. Todo lo que les falta. Estos barcos quedaron así porque no ofrecían plata. Al gobierno le ofrecieron llevarlos de aquí pero no se porque motivo no accedieron”, dijo el hombre, que aseguró conocer la ciudad como la palma de su mano y que desde hace unos años perdió una de sus piernas a causa de la diabetes. Por esa causa la movilidad se le dificulta pero “para año nuevo me llevaron a recorrer la ciudad y dije me robaron Posadas”, en alusión al progreso que hizo que desaparecieran espacios emblemáticos.
Los ferrobarcos amarrados en Nemesio Parma se encuentran cada vez más deteriorados y el agua del Paraná va ganando terreno sobre el casco corroído del Patrimonio Histórico y Cultural de Misiones. Desde el gobierno, nadie se ocupa ni preocupa por estos colosos. Salvo algunos conocedores del Paraná, como Martínez, que aún dejan escapar alguna preocupación por el destino de ambos. Desde junio de 2013, cuando fueron retirados de la costanera de Posadas, los dejaron a la deriva, solitarios y sin esperanzas.



