Hechos recientes de violencia vecinal llevan a reflexionar sobre la inseguridad en contextos de miedo, fragmentación social, precarización y exclusión.Esta furia, natural de quien se siente ultrajado y víctima de alguien que entra a su casa y roba o viola y que, sin acudir a la Policía, reacciona ante quien le sindican como responsable, genera más violencia, pero por sobre todo, más dolor, mucho más dolor.Esta escalada produce muertes; enfrentamientos entre vecinos; daños físicos, materiales y psicológicos que no distinguen víctimas de victimarios y donde el conflicto lejos de resolverse, se profundiza. De todo sólo quedan pérdidas, duelos, implicancias penales y una comunidad con sus vínculos comunitarios totalmente quebrados. La violencia se vuelve “cultura” y es totalmente naturalizada. Esta situación se profundiza en comunidades que, -al estar alejadas del centro de la ciudad, con escaso acceso al transporte público, sin agua potable y sin una sala de primeros auxilios donde acudir-, sólo se tienen unos a otros en los momentos de necesidad. Hablo de comunidades abandonadas, en las que se agudiza la pobreza y la exclusión, que no tienen atendidas las necesidades básicas, niños desnutridos, víctimas de violencia, conviviendo con el hambre, las adicciones y el delito como modo de supervivencia, jóvenes a quienes se etiqueta como “villero” o “peligroso” y en virtud de ello se le niegan sus derechos, ni pensar en oportunidades.Toda esta discriminación y exclusión, todo este dolor, estas carencias, estas humillaciones son causa de una amargura que han aprendido a callar, a tragar. Ante esta perspectiva pregunto al lector: ¿puede entenderla?, ¿cómo siente o imagina que podría afrontarla?Quien se siente discriminado se ve obligado a afrontar esta condición de exclusión con pocas opciones: el sometimiento -renunciando a su dignidad- o bien, rebelándose, -a menudo, de formas violentas-.Aquellos que en esta Argentina de hoy estamos bendecidos y no nos falta nada, tenemos el deber de intervenir por aquellos que sólo tienen carencias e indignidad. Ya sea desde lo público o lo privado, no sigamos cerrando los ojos. Pensemos juntos políticas sociales que reduzcan las condiciones de exclusión -primera causa de violencia- y recreemos redes que permitan trabajar y sostener acuerdos de convivencia pacífica, políticas sociales por sobre las penales, políticas que preserven los derechos humanos.Un camino que quizás sea lento, que se recorre con educación, acceso a la salud, a viviendas dignas y a perspectivas de progreso con trabajo. Construir una sociedad más amorosa y humana, es tarea de todos.u0009Colabora: Valeria [email protected]





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