A simple vista, la lectura de las elecciones presidenciales del domingo pasado refleja una derrota electoral de Cristina Fernández de Kirchner, habida cuenta de que el oficialismo no solo perdió -como pocas veces ocurrió en la historia- la provincia de Buenos Aires sino además su candidato, Daniel Scioli, se impuso pero de manera muy ajustada, lejos de un triunfo en primera vuelta como todos vaticinaban. Con el correr de las horas, se impone una segunda lectura política que tiene que ver más con un triunfo de Cristina que con un fracaso electoral. La Presidenta que en poco más de 40 días abandonará el poder tenía un escenario poco favorable a nivel personal y en lo que hace al kirchnerismo si Scioli ganaba en primera vuelta: el presidente hubiera sido alguien a quien Cristina Fernández jamás quiso porque venía “de otro palo, la motonáutica” e hizo lo imposible para que el candidato del espacio fuera otro, incluso ponerle como segundo a Carlos Zannini; con Scioli como presidente, el poder se trasladaba hacia él, y terminaría liderando también el PJ nacional, relegando la figura de Cristina a un mero “ex”; era el fin del kirchnerismo como corriente peronista, dando nacimiento al sciolismo. Con el resultado del domingo último, el panorama no surge tan desalentador -ni mucho menos- para Cristina. Logró que en su terruño, Santa Cruz, triunfe su cuñada cuando el posible triunfo del radical Eduardo Costa podía llegar a expulsar a Cristina Fernández de Kirchner y compañía de la provincia patagónica; su hijo Máximo Kirchner logró una banca de diputados y desde allí podrá comandar el bloque de jóvenes K que desembarcaron en el Congreso; un triunfo de Mauricio Macri le permite al kirchnerismo seguir peleando la conducción del partido si no surge ningún “líder natural” en el peronismo. Un excelente panorama para Cristina. Tal vez por error de cálculo, porque manos anónimas del propio FPV jugaron en contra de la candidatura de Aníbal Fernández o bien porque no vieron venir a la carismática María Eugenia Vidal con aires de renovación para el territorio bonaerense, La Cámpora se perdió la oportunidad de “refugiarse” en la estructura de un gobierno de la provincia. Hubiera sido la frutilla del postre. Obviamente queda por delante aún el ballotage del 22 de noviembre, luego del triunfo por 2,5 puntos de Scioli sobre Macri en las Generales. Pero el candidato oficialista observa varias barreras que podrían frenar su carrera hacia la Casa Rosada. En primer lugar, ya no contará con el incentivo de gobernadores e intendentes peronistas que peleaban por mantener su quinta. La elección ya terminó, con ganadores y perdedores. Entonces, ¿por qué deberían salir a pelear voto a voto para que gane Scioli? ¿Cuál es el rédito para ellos? Tal vez algunos municipios o provincias puedan reaccionar ante la “amenaza macrista”, esto es, el arribo de un gobierno de otro color político, a nivel nacional y bonaerense, que de modo alguno asegura a los barones del conurbano o a los señores feudales de las provincias, que puedan mantener sus “negocios” o su status quo, como suele decirse en un lenguaje más diplomático. En segundo término, Scioli deberá enfrentar a su rival, que está acompañado de un “equipo” ansioso de administrar el país. Vidal y los intendentes que desalojaron a históricos intendentes peronistas sí saldrán a hacer campaña para que Macri sea presidente. Y lo más temible a los ojos del oficialismo, es que desde el domingo, buena parte del electorado con ayuda de los medios, está alimentando sus “expectativas” con los candidatos de Cambiemos. Y las expectativas, tal como ocurrió con la Alianza de Carlos “Chacho” Álvarez y la UCR cuando se convirtieron en la “esperanza blanca” de la gente para terminar con la corrupción menemista y hacer de la Argentina un país mejor, definen elecciones.





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