Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios” (Mt 5, 9). Estas palabras del Evangelio deben animarnos para las próximas elecciones en nuestro país. Es un tiempo en el que se pone en juego nuestra capacidad de mantener los vínculos fraternos, respetando el proceso democrático que nos permite elegir a nuestros representantes. Y por ello considero oportuno que reflexionemos sobre la importancia de lograr una construcción social y un proceso democrático desde la paz. Los pacíficos se llaman bienaventurados, porque buscan la paz en su corazón para luego tratar de inculcarla a los hermanos en conflicto. En estos próximos días, en el que viviremos un proceso democrático en nuestra patria, tenemos la misión de ser constructores de paz, para que gane la sociedad entera. En este sentido la verdadera paz es fruto de una construcción colectiva, es decir todos debemos ser protagonistas directos de ese estado que asegura el bienestar de la sociedad entera. San Agustín nos recuerda: “Es la paz, la tranquilidad del orden y el orden es la disposición por medio de la cual se concede a cada uno su lugar, según que sean iguales o desiguales”. Sostener este orden tanto a nivel personal como a nivel colectivo, es una tarea y responsabilidad de todos, y no podemos delegarla en algunos agentes de seguridad y hacerlos responsables de la falta de paz. Porque la paz implica precisamente el respeto hacia un orden social, acordado en todos los procesos sociales, como debemos asegurarlo el próximo fin de semana, desde la libertad, fraternidad y justicia. La paz se logra con la educación y esa tarea y responsabilidad es en primer lugar de cada una de las familias, luego de las instituciones. En toda sociedad debemos poner como prioridad la paz social en nuestra convivencia, conscientes de que somos una familia humana y las consecuencias por ausencia de paz, la sufrimos todos. La verdadera escuela de la paz, es el testimonio de vida de todos los días, que damos a las futuras generaciones. Como sociedad vivimos el desafío de formar a nuestros jóvenes en una convivencia pacífica: desde la aceptación de las diferencias, sabiendo que ellas nos enriquecen y la mejor manera de acercarse a las mismas es desde el respeto mutuo. La historia nos ha enseñado que los rápidos progresos, conseguidos por la violencia, solamente han despertado mayores conflictos. Es que la violencia, solo genera más violencia.Como nos recordaba el papa Juan Pablo II en uno de sus mensajes ante tantas situaciones de violencia en la década del 70: la paz es el lenguaje para expresa los sentimientos del corazón y para unir. Lo que suscita unos horizontes de paz, lo que sirve a un lenguaje de paz, debe expresarse a través de gestos de paz. En su ausencia, las convicciones nacientes se evaporan y el lenguaje de paz se convierte en una retórica rápidamente desacreditada. Muchos pueden ser los artífices de paz si toman conciencia de sus posibilidades y de sus responsabilidades. La práctica de la paz lleva indefectiblemente a la paz. Ella enseña a los que buscan el tesoro de la paz, que ese tesoro se descubre y se ofrece a quienes realizan modestamente, día tras día, todas las acciones de paz de que son capaces.Que el próximo proceso electoral que vamos a celebrar como nación, sea una oportunidad para experimentar una paz verdadera y que seamos capaces de celebrarla como pueblo que busca el bienestar de todos a pesar de las diferencia, porque tiene en cuenta a todos aun cuando quien está a mi lado, piensa distinto. Como nos invita San Pablo: “Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, a la cual en verdad fueron llamados en un solo cuerpo; y sean agradecidos” (Col 3,15).





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