Señora Directora: Lo conocí cuando se cumplieron diez años de la desaparición de Julieta. Fui hasta su negocio donde vendía diarios y revistas en Capioví. Al llegar, me encontré con un hombre sumamente delgado oculto detrás de un escritorio, con una gran camisa suelta, una gorra, grandes anteojos y un equipo de mate muy lavado que cebaba sin parar mientras ojeaba unas viejas anotaciones y no dejaba de toser. No sé si me asusté o me preocupó sobre manera el peculiar personaje que estaba a punto de conocer. Hasta tuve en los primeros segundos algunas dudas de si ese sujeto que observaba estaría en condiciones de salud de darme la entrevista que había ido a buscar. Pero mi expectativa cambió totalmente cuando se puso de pie, se acercó, me saludó y comenzó a hablar. Para mi sorpresa, detrás de esa aparente fragilidad se encontraba un león, un guerrero imbatible que me despertó la más absoluta admiración.Don Julio Ehinger buscó a su hija desaparecida por doce años y no la encontró. En el camino estudió criminalística, viajó por todo el país y el extranjero capacitándose y dando conferencias sobre su historia y sus logros, porque logró mucho, aunque menos lo que más anhelaba: saber qué pasó con su hija Julieta, desaparecida de su domicilio en Ruiz de Montoya en febrero de 2002.Julio siempre estaba dispuesto a colaborar con cualquier persona que recurriera a él, inclusive con aquellos que no lo hicieran. Cuando ocurrió lo de Angélica Ramírez en Puerto Rico, me llamó por teléfono para pedirme el número de la familia, de la mamá o del papá, para ofrecerles su ayuda. “Si podés decíles que necesito hablar con ellos urgente, con estas cosas hay que moverse rápido, cada minuto cuenta, decíles que me vengan a ver, si no pueden, yo voy a verlos, pero decíles o pasame su número y yo los llamo”, había dicho con clara preocupación y ansiedad. Casi desesperado por ayudar, necesitado de colaborar. Tal vez, dando lo que no recibió, haciendo lo que siempre hubiese deseado que hicieran con él, que alguien lo hubiera ayudado a saber qué pasó con su hija.En esa primera charla que tuvimos en su local, me marcó el alma: “Vos no te hacés una idea lo que es no saber dónde está tu hija, no saber si está viva o muerta, no tener un lugar donde llevar una flor o ir a llorar; esperarla cada día, no poder dormir pensando dónde estará, sin entender por qué la justicia no te ayuda, no te da respuestas”.Julio golpeó todas las puertas que nunca se abrieron. Reclamó por doce años a oídos sordos. Lloró ante corazones fríos. Descuidó el resto de su familia y hasta dejó de lado su propia vida buscando incansablemente ese momento en el que pudiera cumplirle a su nieta la promesa que una vez le hiciera: que encontrarían a su madre. Pero se fue de este mundo sin respuestas, sin lograrlo. El sábado 12 de octubre de 2013 falleció a los 67 años Julio Ehinger; víctima de la mayor injusticia a la que un hombre puede ser sometido. Ojala, aunque Julio ya no estés, las respuestas que tanto buscó algún día lleguen y la sociedad misionera pueda celebrar que su lucha no fue en vano.




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