En 101 días, Stefy lloró sólo una vez. Claudia Acosta, su mamá, recuerda que fue el día 80. Estaba cansada de no ver el sol, de no sentir la lluvia, de no salir a caminar. Todas cosas que hoy, a cinco meses de ese 6 de mayo que cambió su vida, vuelven a formar parte de su cotidianeidad. Lejos de hacer de la espera un martirio, Stefy aprendió de cada cosa, de cada día. Hizo de esa habitación en la Fundación Favaloro la mayor escuela de su vida y hoy, llegó la hora de impartir conocimientos. “En estos dos meses que le quedan al 2015 voy a analizar la proyección para comenzar y después, sí. Yo vivo gracias a alguien, entonces voy a concientizar. Voy a seguir golpeando puertas y abriendo los corazones para ayudar. Voy a mostrar que sí se puede. Intentaré que todos sonriamos y seamos felices porque la vida vale la pena”, le dijo a PRIMERA EDICIÓN en una visita llena de emoción y alegría. Después de una biopsia que demostró que su corazón y su cuerpo comienzan a entenderse mejor que nunca, llegó a Misiones a mostrar lo que la donación de órganos hace. “A tan sólo cinco meses del trasplante siento que dimos un giro de 180 grados. Es volver a nacer, estoy feliz. Me emociona pensar que alguien volvió al cielo para darme esta oportunidad que voy a empezar a aprovechar a full”, aseguró.No pierde tiempo para cumplir con ese objetivo. Ahora camina como hace mucho no lo hacía. Pasa que antes del trasplante, caminar era algo difícil, se cansaba rápidamente. Ahora es fácil, volvieron las ganas, las pilas y, como consecuencia, las caminatas. En Montecarlo la reconocen todos. La paran en la calle. “Adonde sea que voy están todos atrás, pero está bueno que sepan que gracias a alguien que donó, yo vivo. Así la gente puede tomar conciencia”, insistió la joven de 22 años.Una vida normalAntes de que aparezca la posibilidad del trasplante, nadie sabía que eso podía pasar. “Yo vivía una vida normal, era una adolescente como cualquier otra. Estudié, viajé sola, fui al boliche. Todo sin saber de la posibilidad del trasplante. Fue sorpresa, pero una linda sorpresa”, aseguró Stefy.Stefy estudiaba la Tecnicatura en Estética y Spa en Posadas cuando se descompensó y, tras varios estudios, llegaron al diagnóstico que derivó en el trasplante. Es más, llegó a Posadas la semana pasada para hablar en la facultad a la que concurría, porque quiere rendir las materias que le quedan y tener su título. “Después me vuelvo a Montecarlo y me quedo ahí”, contó.Mientras, el agradecimiento constante. “Primero a la mamá que tengo, que es una leona. Después a esa familia, porque gracias a ellos vivo. A ese hermoso ser que volvió al cielo y a Misiones por todo. Sólo puedo decir gracias. Les deseo buena vida a todos, rían, sean felices. Yo vivo gracias a un sí”. “Fabián, mi amigo”Ambos son de Montecarlo, pero ahora comparten mucho más que la ciudad de nacimiento: son amigos. Fabián Meza acompañó a Stefy en gran parte de este trayecto y fue quien organizó el festival “Todos por Stefy”, que se realizó el pasado 25 de julio con la finalidad de juntar dinero para la joven que estaba en Buenos Aires. “Cuando la conocí me pasó lo que le pasa a todos. La fui a visitar porque es de mi pueblo y el optimismo que tenía era impresionante. Estaba esperando un corazón y tenía un optimismo que rebosaba la habitación”, dijo Fabián. Desde ese entonces, se volvieron inseparables y esta amistad recién empieza. “Gracias a Fabián por abrirme su corazón. Juntos, él con el canto y yo con el ‘sí se puede’ podemos hacer grandes cosas”, dijo Stefy.“Mi mamá es una leona”La llamada que atendió el 6 de enero de 2014 no la va a olvidar jamás. Claudia Acosta, la que todos conocen por la mamá de Stefy, debió dejar todo: su vida, su negocio, sus cosas, sus otras hijas y adentrarse al mundo desconocido, al túnel interminable de acompañar a alguien que se ama en la espera por un órgano. Esa llamada le avisó que el corazón de Stefy ya no funcionaba y que debían encontrarle otro. “La llamé a mi hermana y le dije ‘fíjense si cerré las puertas de atrás. No sé qué van a hacer, me voy’”, le contó Claudia a PRIMERA EDICIÓN.Pasa que ella atendía un local en su Montecarlo natal y, con semejante noticia, dejó todo y se fue al lado de su hija. Fueron 101 días de espera y de aprendizaje. “Hubiese dado mi vida por cambiar mi lugar con mi hija. Pero Stefy, una gran maestra de la vida, me enseñó que los papás sólo somos instrumentos para que nuestros hijos lleguen al mundo. Que ellos tienen su propia vida, y que nosotros tenemos que entender que la vida es de ellos, simplemente nos pertenecen dentro de nuestra panza, después son de la vida”, dijo con la emoción a flor de piel.Pero el milagro apareció y la sonrisa amable de esta mujer no se fue más de su rostro. “Me vuelvo a Montecarlo con Stefy”, le había dicho a este Diario en su primer regreso, a cuatro meses del trasplante. Hoy, Día de la Madre, festejará con la vida de su hija, de la que cuidó como un bebé la primera noche con el nuevo corazón fuera de la clínica. “El día que apareció el corazón pensamos qué importante fue estar 101 días esperando. Porque utilizamos los 101 días para reencontrarnos, para reafirmar nuestro amor y agradecer”.Ahora, como mamá, le queda el acompañamiento a la par. Quizá volverá al frente de ese negocio que dejó hace poco más de diez meses. Todavía no es claro, lo que es seguro es que será con esa sonrisa que no se le borra más. La misma que se refleja en su hija, Stefy.





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