POSADAS. En el comedor Medalla Milagrosa de la chacra 141, a las 9, Beti Dolinda Correa se encuentra poniendo leña a la cocina de fuego. Un grupo de madres, voluntarias, la ayudan. Se dividen las tareas, algunas pican las verduras mientras se descongela la carne y el fuego comienza a tomar fuerza.Cerca de las 9.10 llega el primer comensal. Un niño con una bandeja. Sonríe y pide permiso, “Beti puedo ayudar en algo”, se lo escucha decir al pequeño de unos 9 años. “Si papito, si podés ayudá con las verduras”.Detrás de cada persona de ese comedor hay una historia de vida, y la de Beti no pasa desapercibida: merece ser contada.Oriunda de El Soberbio, contó que a los 7 años fue abandonada por su familia “cuando era criatura mamá me dio a una familia para trabajar de niñera. Yo esperaba a que mamá volviera, pero no la volví a ver. Me abandonaron y no sabía qué hacer”.Beti fue dejada al cuidado de una familia donde trabajó de niñera. Allí “pasó por momentos muy feos. Durante la dictadura militar el señor fue preso y todos pasaron hambre, pero yo más que el resto, porque no era de la familia. Y tenía miedo de salir a buscar otro trabajo, temor de que me hagan daño afuera”. Su historia transcurrió entre el abandono, el dolor y la falta de oportunidades “nunca tuve nada, fui despojada de mi familia y eso me llevó a conocer a Dios, en medio de la desesperación. Y comencé como cocinera en el comedor de la capilla, donde todos los días de lunes a lunes, doy de comer a más de 70 familias”. Beti, con 52 años tiene una meta clara “yo sufrí mucho, pasé hambres y hoy no dejaría el comedor donde muchos esperan que las puertas se abran. Todo el que necesite puede venir, el compromiso es que me ayuden a picar las verduras sino pueden donar alimentos o realizar otra actividad”. Trabajo en equipo Desde hace más de 19 años Beti se encarga que la comida llegue a muchas familias del barrio Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa. La cocina se encuentra en la capilla, donde hay algunas mesas pero, los comensales deben llevar una cacerola o recipientes donde cargar el almuerzo y llevarlos a sus casas.“Pero estamos viendo que se haga un comedor, porque los niños comen mejor acá, a penas sale la comida ellos están comiendo de la olla y elijen la carne. Después llevan la comida a la casa. Pero la carne es lo que sacan”. Para la cocinera es mejor que almuercen en la capilla porque de éste modo pueden servirle un poco más “sería bueno poder servir un pedazo o dos de carne a cada niño y no es lo mismo que lleve, porque ahí se le da un pedazo de carne y es para toda la familia”. El compromiso que pide Beti es que al menos una o dos veces a la semana se acerquen las madres a picar las verduras, “el resto lo hago yo”. La ayuda es tomada con aceptación, y son más de 30 los voluntarios que van rotando los turnos para dar una mano en la cocina de Beti. Los alimentos en su mayoría son donados. “Recibimos la colaboración de la gente, incluyendo el mercado central que todos los jueves nos dan muchas verduras y frutas y lo que la gente no colabora nosotros compramos”.Mientras acomodaba algunas verduras sobre la mesa, Beti dejó caer algunas lágrimas “yo crié a mis cuatro chicos con el comedor, sola. Este es mi trabajo, con el que terminé la primaria. Yo no sabía ni escribir”. “La gente fue acercándose, siempre nos dan una mano. Hoy no dejaría de hacer esto porque hay gente que me espera. Hay gente con muchas necesidades y quiero agradecer a Dios hasta el último minuto de mi vida, lo que hizo con mi familia, me falta una vida para hacer, servir y dar”.





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