POSADAS. Natalia toma sus apuntes y los coloca sobre las rodillas. Una compañera se le acerca y le pregunta si quiere que la lleve. “Sí, por favor”, se la escucha decir. Entonces, la compañera empuja suavemente la silla de ruedas y la lleva hasta una de las mesas que tiene el pasillo del tercer piso de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales. En esa mesa, Natalia apoya sus apuntes y continúa con la lectura.Todos los días éste y otros trayectos se repiten en la vida de Natalia quien padece de “atrofia muscular espinal al nivel de la nuca. Y esto hace que mi cuello para abajo sea complicado de mover, que no tenga la suficiente fuerza para mantenerme parada por más de 5 minutos, mi cuerpo cede. No puedo estirar bien las manos ni piernas y desde niña me manejo en silla de ruedas”.Esta joven estudiante de 26 años, oriunda de Campo Viera, se sometió a diversas operaciones “pero ninguna me dio grandes resultados. Todas llevaron años de recuperación y nunca abandoné las ruedas”.Sin embargo, en la última intervención quirúrgica, cuando tenía 18 se decidió a cumplir un desafío. “Le dije a mamá que ni bien me recuperaba me venía a Posadas a cumplir con mi sueño de ser antropóloga”, contó Natalia. Y siguió “fueron años de recuperación y cuando al fin estuve preparada, me decidí”. Contra todos los pronósticos y dificultades que se presentan, Natalia se abre camino en la Facultad. Y, de este modo, prueba que -con los apoyos necesarios- todo es posible.Ella mantiene una seguridad que en forma de remolino intenta derribar hasta las barreras sociales más indestructibles. No va a renunciar a su deseo de terminar la carrera y ejercer su profesión de antropóloga y de mostrarle a todos su manera de ver el mundo. “Es cierto yo muchas veces me cuestioné por mi condición. Y le preguntaba a Dios ¿por qué? ¿qué te hice yo si era una bebé? Pero una vez me dijeron que si nací así es porque lo voy a superar. Me dijeron, ‘vos Natalia servís’ y lo voy a demostrar”.Todos los días, la prueba más difícilNatalia nació el 20 de junio de 1989 en Campo Viera, con una enfermedad que a medida que pasan los años se agudiza. Es la más pequeña de tres hermanas y siempre estudió en escuelas públicas y de modalidad común. Pero, en el primaria “faltaba mucho porque viajaba a Buenos Aires con mamá para que me atiendan los médicos. Aunque yo llevaba mis cuadernos a los viajes y me ponía al día. Nunca perdí un año, ni en la escuela primaria ni en la secundaria” contó con satisfacción.De pequeña soñaba con ser psicóloga o como muchas niñas, maestra jardinera. Pero en el secundario tuvo otros sueños; viajar a Posadas y estudiar Licenciatura en Antropología. Cuando terminó el secundario se sometió a una operación “grande de la que me costó mucho reponerme. Y no podía irme lejos de casa. Entonces estudié informática, aunque no era lo que realmente quería. Pero cuando me recuperé tuve que decidir y lo hice. A mi mamá le dio algo de susto, porque me quedaba sola”.“Te tenés que mantener”“Fue eso lo que me dijo papá. ‘Hija, vos te ponés a estudiar y después a trabajar que te tenés que mantener’. Esa es la familia que tengo, me incentivan y me dicen ‘hacé lo que soñás, y hacelo tranquila que nosotros te apoyamos’. Y si bien tuve muchos días de crisis, no puedo acostarme a llorar porque mamá va a llorar conmigo y no debe ser así”. Actualmente cursa el tercer año de la carrera y quiere trabajar pronto como docente de la carrera. Un show solidario Durante la adolescencia, Natalia cultivó muchos amigos “tenía un grupo con los que nos propusimos hacer cosas por quienes necesitaban, por mi pueblo que es chiquito. Y hacíamos cosas para que el pueblo se vea mejor”.Con ese fin, crearon un improvisado cine comunitario “con nuestras películas que bajábamos de Internet e invitábamos a los más chicos”.Pero lo más importante de este grupo, fue la colecta que lograron para que un niño viaje al Hospital Garrahan. “Nos enteramos que un nene necesitaba ser trasladado y juntamos dinero. Ese día nos dijimos ‘vamos a hacer algo por el nene’, y con un grupo de chicos comenzamos a recaudar. Primero pedimos donaciones en el anfiteatro y después, como un amigo tenía una banda de música, hicimos un show. Ese dinero se lo dimos a los padres del nene para que viajen. Una vez en el hospital nos mandaron fotos cuan do el nene salió bien”.Enseñó a leer y escribirEn el 2013, Natalia se inscribió en un voluntariado y se comprometió con un grupo de adultos de su pueblo, que querían aprender a leer y escribir. “Yo salía temprano de clases y viajaba hasta Oberá donde daba las clases. Al final del curso, la gente mayor te decía: ‘Estoy feliz puedo leer una carta que tenía guardada. Ahora leo los carteles y puedo ir al almacén a comprar solo’. Fue muy importante para mí”. Ese mismo año además, decidió sumarse al Programa Techo “la gente te decía ‘ahora duermo en el piso y no en el barro’ y uno se da cuenta que sirve, que ayuda al otro y eso hace tanto bien”. “Si ella puede, yo también”Natalia no se ve como un ejemplo. Sí como una chica “con ruedas y luchadora”. Y al ser consultada sobre qué mensaje desea transmitir a los jóvenes, ella dijo “de ninguna forma pueden verme como ejemplo. Pero si yo hoy en día entro a la Facultad y algún compañero me ve y dice; ‘loco ella viene con frío, a las 6.30 de la mañana, bajo lluvia y en sillas de ruedas. Yo no puedo faltar a clases sólo porque no quiero levantarme. Si ella se levanta, yo me tengo que levantar. Si ella puede. Yo también. Si eso sirve está bien, pero no soy un ejemplo, no me gusta eso”. Y finalizó “uno debe creer en uno mismo, si creés que podés entonces todo se logra. Porque uno hace las cosas para uno mismo, si te deprimís, cae todo”.




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