POSADAS (Por Marcelo Galeano). Sus ojos son de un celeste tan cristalino que evocan arrecifes de coral de paradisíacas islas de la Polinesia. Su mirada, por momentos, pareciera indagar en el horizonte, en el baúl de los recuerdos en busca de algún dato o de una anécdota. La tarea no asoma sencilla, a sus 86 años parecieran evaporarse en el tiempo.Margarita Schwarz tiene los cabellos blancos y la calma que caracteriza a las personas de templanza.Su voz suave, apenas audible, refleja esa tranquilidad de alma, pero no da pistas siquiera de un espíritu indómito, que llevó a esta mujer, esbelta y apegada a los deportes extremos, a romper con todos los moldes de su época, en una sociedad de neto corte machista.1960 marcó un punto de inflexión en su vida, en lo deportivo y en lo personal. Entre las 17.30 del 1º de mayo y las 3.59 de la madrugada siguiente protagonizó una proeza histórica para el paracaidismo mundial, al protagonizar sesenta saltos ininterrumpidos en el Aeroclub de Posadas.La hazaña cruzó los océanos y mereció incluso publicaciones en los principales diarios de Alemania, terruño natal de su familia.En la capital misionera, Margarita era recibida por el entonces gobernador de la provincia, César Napoleón Ayrault, quien le colocó la medalla dorada que acreditaba semejante proeza. A fines de 1960, a los treinta años, Margarita contrajo matrimonio con Rodolfo Sertich, un ciudadano de origen croata que atravesó Los Alpes y recaló en Francia, antes de partir a América, para no caer en manos del Comunismo. La historia dirá de este hombre, fallecido el 16 de diciembre del año pasado, que se enamoró de la Tierra Colorada ni bien apoyó su pie en ella.Tres años después, en 1963, el matrimonio, que ya estaba radicado en calle Barrufaldi 2333, a media cuadra de avenida Uruguay, tuvo su primer hijo: Sonia Sertich, hoy profesora de Biología. Al año siguiente, nacería Rodolfo Sertich, profesor de Matemáticas.A sus 86 años, Margarita tiene tres nietos: Sasha (14); Elías (10) y Mirco (4).Una pasión“Siempre me gustó el deporte; más que nada los deportes extremos”, confesó con su voz armoniosa en una entrevista mantenida con este Diario en su casa de calle Barrufaldi.A su lado, su hija Sonia, la ayudó con datos, anécdotas y opiniones.Aquella referencia a su pasión por los deportes extremos fue porque el paracaidismo no fue la única disciplina deportiva que Margarita practicó en su vida.En su extenso palmarés figuran dos cruces del río Paraná, innumerables lanzamientos en paracaídas -entre ellos el que protagonizó en 1958 en La Cordillera de Los Andes, a pedido del Ejército- y una incursión exitosa, aunque con menor riesgo, en el mundo del Patinaje Artístico y el Hockey sobre Patines, actividades que desarrolló en la sede del Club Alemán de Posadas. Cuenta la historia familiar que de pequeña acompañaba a su padre, Juan Schwarz, en sus vuelos rasantes de aviador y que de él, precisamente, heredó esa pasión por la adrenalina a miles de metros de altura.Don Juan era un hombre de acción, apasionado y decidido. Radicado en Brasil, país que alternaba con visitas a la Argentina, razón por la que Margarita nació en Buenos Aires, regresó a Alemania para combatir en la Segunda Guerra Mundial.Nunca volvió. Se sabe que era un hombre experimentado y de coraje, que honraría sin dudar aquel postulado de la aviación de que un piloto jamás cae prisionero; prefiere partir para no volver antes que caer en manos enemigas.SecuelasSólo dos mujeres lograron superar el riguroso examen médico para dedicarse de lleno al paracaidismo de alto vuelo.Pero una actividad que exige mucho sacrificio y un estado atlético rayano con el ideal, también implica consecuencias.Margarita lo sufrió en carne propia. En la pierna derecha, en la cabeza del fémur, se le debió implantar una prótesis debido al desgaste que sufrió esa articulación por los sucesivos impactos al caer a tierra desde miles de metros.Entre las anécdotas que recordó esta mujer -con la decisiva colaboración de su hija Sonia- figura aquella que registró una caída desafortunada, de la que sobrevivió de milagro.Las inclemencias climáticas hicieron que no pudiera calcular el lugar exacto de aterrizaje. Cayó arriba de una motocicleta. El manubrio se le introdujo en la boca, arrancándole una muela de raíz y provocándole lesiones de distinta consideración.En otra oportunidad, falló el dispositivo de apertura del paracaídas y se salvó porque el auxiliar sí respondió. El historial familiar no registra solamente anécdotas deportivas. Margarita recordó que con Rodolfo Sertich fueron la primera pareja en contraer matrimonio en la iglesia Espíritu Santo.“La entrada estaba repleta de flores, de margaritas, en honor a su nombre”, contó Sonia, visiblemente emocionada.No fue el único momento de alto voltaje emotivo para la profesora de Biología durante la entrevista. También pareció quebrarse cuando habló de Margarita como mujer, como madre, lo que significó y representó en su vida. “Es un ejemplo de persona, en todo sentido. Siempre fue una madre protectora, contenedora, consejera, al igual que mi padre. Ellos siempre nos inculcaron el sentido de la responsabilidad, del sacrificio y de la superación”, afirmó con atisbos de lágrimas en sus ojos celestes, similares a los de su madre.Contrariedades de la vidaNi bien se casaron, el matrimonio Schwarz-Sertich se instaló en la misma vivienda en que vive hoy Margarita.En la puerta de entrada permanece colgado el cartel “RS 112” (por las iniciales de la identidad del propietario y la vieja numeración de la calle Barrufaldi).Todos reconocen esa dirección en la zona. Y no es para menos, porque aún recuerdan que allí vivía ese ciudadano croata, artesano de la madera, que atendía a los clientes de su carpintería con la amabilidad de siempre.No era la única actividad a la que se dedicaba. Supo ser también apicultor y ecologista.El corazón de ese hombre trabajador, que huyó de Europa para no ser parte del Comunismo, dejó de latir el 16 de diciembre de 2014.De alguna manera, una parte de Margarita y sus hijos se fue con él, pero quedó el legado de principios y valores inalterables.Así como Margarita en los cielos, después de cada salto al vacío, el matrimonio también supo de atravesar tormentas. Como la que ocurrió en 2004, cuando Margarita sufrió una obstrucción arterial que desembocó en un infarto. Sobrevivió por acción divina. Pero como
el paracaidismo, también dejó secuelas en su cuerpo.Los médicos no tuvieron alternativas y se vieron obligados a amputarle la pierna derecha.Pero no fue un impedimento para salir adelante. Allí sigue Margarita, en su casa de calle Barrufaldi, siempre con una sonrisa en los labios y, seguramente, a la espera de sus hijos o del arribo de sus nietos. Una postura que deja al descubierto un axioma de vida: la edad no es proporcional a los años, sino al espíritu. Eso la mantiene más allá de los tiempos.





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