CÓRDOBA. El siglo XX fue una gran época para la salud pública. Los avances científicos y tecnológicos no sólo mejoraron nuestra calidad de vida, también permitieron extender su expectativa: en América Latina, según un informe de la Organización Panamericana de la Salud, la esperanza de vida pasó de 29 años en 1900 a 74 años en 2010, sostienen desde la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Algunas de las innovaciones y desarrollos que hicieron esto posible fueron la implementación obligatoria del cinturón de seguridad en los automóviles, la incorporación de medidas de higiene y seguridad en el trabajo, la tecnología de cuidado del recién nacido, las campañas antitabaco y de prevención de las enfermedades cardiovasculares, sólo por nombrar un puñado de ellas. Sin embargo, una en particular es considerada la estrella de todas: la vacunación.Pese a que las vacunas son consideradas el mayor logro de la salud pública de los últimos cien años, parece existir una creciente tendencia de rechazo hacia ellas que ha llevado a ciertos padres a no inmunizar a sus hijos. Es un fenómeno ampliamente conocido en países de la Unión Europea y Estados Unidos, pero que en Argentina comenzó a tomar auge hace algunos años.Los motivos, algunos más conocidos que otros, son tan variados como polémicos. En el medio aparecen médicos y otros profesionales de la salud que intentan respaldar estas ideas, aunque todos comparten algo en común: el escaso criterio científico para analizar la información.Entre estos argumentos se encuentran algunos como: que producen autismo, que contienen mercurio o que desencadenan reacciones adversas.Quizás los padres que rechazan la vacunación sean muy jóvenes como para reconocer los beneficios de las campañas de vacunación. Probablemente nunca hayan convivido con enfermedades (y sus complicaciones) como la poliomielitis, la difteria, el sarampión, la rubéola, la tos convulsa o la tuberculosis. Y acaso no se percaten de que las vacunas están siendo víctimas de su propio éxito, y que la decisión de no vacunar a sus hijos pone en peligro la vida de sus pequeños y de la sociedad en su conjunto, opinó el profesor asistente de la Cátedra de Fisiología Humana de la UNC, Ezequiel Arrieta.





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