POSADAS. El problema, de nuevo no tiene nada. Es más, los comerciantes de la zona del mástil de esta ciudad, comprendido por la avenida Mitre entre las calle San Lorenzo y Junín, han aprendido a convivir con esta situación porque se volvió una costumbre.Es que dicha zona está adoptada por algunos aborígenes que vienen del interior de la provincia, como un lugar en el que pueden quedarse después de dejar todo y llegar a la capital. Es el caso de Juliana, integrante de la comunidad Andresito, originaria de San Ignacio y madre de un hijo. El domingo pasado se vino para Posadas después de vender su propiedad en la capital de las Reducciones Jesuíticas. “Vendí todo y vinimos. Trajimos flores para vender y nos vamos a quedar acá. No nos vamos a ir, no sabemos qué hacer”, le comentó a PRIMERA EDICIÓN. Consultada sobre cuál sería su futuro, dijo “no sé, nos vamos a quedar acá nomás”. Lo cierto es que el caso de Juliana es uno entre cientos. “Esta es una problemática que sufrimos siempre. Las 24 horas del día, los siete días a la semana, los 365 días del año, hay gente viviendo en esa plaza. Viene desde Asuntos Guaraníes, incluso su cacique les habla, les dice que tienen que irse, pero es imposible. Se van y dos días después los tenés a todos acá de nuevo”, explicó la dueña de un local que se encuentra frente a la plaza, y que prefirió mantener su identidad en reserva. “Estamos cansados de esto pero no sabemos qué hacer. Hay algunos vecinos que llaman de manera anónima, pero repito: vienen, los sacan y al otro día están acá de nuevo”, insistió. También dijo que “cuando llueve seguro que vienen debajo de nuestros techos y al otro día es un desastre, siempre hay que limpiar”. El problema del olorOtra situación, la que más molesta a los comerciantes del lugar, es que se utiliza la plaza como baño y los olores que despide la plazoleta son insoportables. “Los turistas que entran por la avenida Uruguay siempre paran acá y aprovechan para comer. Una vez una familia estaba almorzando mientras en la plaza un niño estaba defecando. Tratamos de entender, pero no se puede así”, relató el dueño de un comedor. Con los malabaristas el problema no es menor. “Cuando comienza el día están bien, pero con el transcurso de la jornada y por las cosas que toman, empeoran. Una vez vinieron a pedirme el baño, no les dejé pasar y como represalia orinaron en la vereda”, subrayó. “Pensamos en grande para llegar a ser una ciudad turística pero lo primero que ve la gente que llega es ésto. No puede ser, hay que arreglarlo”, pidieron.





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