OBERÁ. Eliana Hein (38) es una de las tantas madres que, ante la adversidad, encontró la entereza necesaria para sostenerse, enfrentar la situación, estar junto a su hijo y convertirse en una madre capaz de vencer cualquier tempestad.Se había casado, tenía trabajo, una vida normal, cuando quedó embarazada. La noticia llegó con la felicidad lógica del acontecimiento. El embarazo transcurrió, con los cuidados especiales, sin inconvenientes. La cesárea programada fue el modo de recibir a Nahuel, cuyo nombre significa: “fuerza de tigre”.El amor de la espera fue volcada a sus primeros meses de vida. Nada permitía pensar que algo podría perturbar la felicidad de la familia. Nahuel tenía ocho meses, gateaba por la casa y empezaba a balbucear unas palabras: “ma” era su vocablo preferido. Un día empezó a sentirse mal y en pocos días simplemente se durmió. Dos meses permaneció en coma. Todo ese tiempo Eliana no se despegó de su cama. El diagnóstico fue Síndrome de Leigh, un desorden neurodegenerativo. Había que esperar su despertar para saber qué daños le había causado.Cuando despertó, Eliana pensó que ese no era su hijo. Sin embargo cuándo se acercó a él para decirle su nombre, la amplia sonrisa de Nahuel le confirmó que era el mismo y que ahora la necesitaría más que nunca. “Un año de vida”, le dijeron los médicos. “Fue un momento terrible. No entendí qué había pasado”, contó Eliana y agregó, “cambió mi vida, cambiaron mis valores, cambió todo”.Nunca se permitió llorar frente a él, tampoco dejaba que nadie lo hiciera. Nahuel no podía hablar, comer, moverse. Sin embargo su mirada seguía inevitablemente a su mamá el tiempo que estaban juntos y siempre tuvo una sonrisa para ella. Es que Eliana seguía cantándole y bailaba con él. Los juegos eran parte de los momentos compartidos, bañarlo era un deleite. Trató de estar a su lado el mayor tiempo posible. “Su sonrisa me mantuvo con vida y me dio fuerza en todo momento. ‘Te voy a acompañar hasta donde llegues’, le decía siempre. Le di toda mi alegría, la música no faltaba, salíamos juntos, no me importaba que nos miren, que todos giren a verlo”.Eliana también recordó los momentos más duros: “tenía sus ataques, debía medicarse cada hora, pasamos noches enteras sin dormir, aprendí a hacer todo lo que necesitaba, mi casa se transformó en un hospital. Muchas veces pensé porqué a mí, qué había hecho mal, pero finalmente me di cuenta que vino a enseñarme cosas de la vida que no sabía, me enseñó que hay que luchar hasta el final, me dio tanto amor, tanta vida. Volaba de fiebre y me sonreía. Era increíble”.Eliana volvió a apostar a ser madre y tuvo a Leonardo, quien convivió con su hermano siendo bebé. “Fue con mucho temor, me hizo tener otra mirada, estar atenta siempre, pero es otro regalo de la vida”. Nahuel ya tenía 10 años, cada vez era más dificultoso moverlo, era un bebé grande, pasaba más tiempo postrado, sonreía menos y su salud comenzó a deteriorarse. Eliana presentía el final. Lo veía sufrir mucho, por eso un día, luego de bañarlo, le dijo: “Nahu, te voy a decir una vez nomás, si te tenés que ir, si vos te querés ir, yo te dejo. Vas a ir al cielo, vas a estar con los abuelos. Vas a estar bien, vas a poder caminar, vas a poder hacer muchas cosas. Yo te prometo que me voy a quedar cuidando a Leo, pero algún día me va a tocar a mí ir a estar junto a vos otra vez”, contó llorando. Esa noche Nahuel se fue.Pasaron tres años y Eliana tiene el dolor a flor de piel. Sabe que va a estar siempre, pero confía en aprender a convivir con él. “Su sonrisa nunca la voy a olvidar. Creo que él tenía que venir a este mundo y seguro me tocó a mí porque era quien podía cuidarlo”, se explica. “Fue y es mi amor”.Sabe que muchas mamás pasarán por una situación similar. Su testimonio transmite lo esencial de la vida. Todo pasa, lo bueno, lo malo. Queda la vivencia. Los hijos permiten crecer como persona, no dejan bajar los brazos. Ellos son esencia, ellos son raíz y ellos son la sabia de la vida. Ellos hacen una gran mamá, el mejor rol de una mujer.




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