POSADAS. Un año después, una pericia genética obtenida del cuerpo de la víctima parece ser la única llave de la Justicia para intentar abrir la puerta del misterio. El crimen de Lucía Isabel Maidana (24) actualmente no tiene sospechosos ni detenidos y es uno de esos casos que esperan por una pista clave que permita redirigir la investigación.En base a sus fuentes, PRIMERA EDICIÓN pudo saber que hoy por hoy los investigadores de la causa, encabezados por el magistrado Marcelo Cardozo, al frente del Juzgado de Instrucción 1 de Posadas, sostienen sus esperanzas en una muestra genética obtenida del cuerpo de la víctima.Todo indica que esos rastros serían suficientes para establecer por fin un perfil genético completo. Las fuentes contaron que las muestras anteriores se encontraban dañadas por acción del fuego que el homicida inició en la escena con intenciones de ocultar el crimen.Claro que no será una tarea sencilla. Es que los resultados de esa última muestra deberán ser luego cotejados con las otras pruebas que fueron obtenidas durante la investigación. Hasta entonces, el misterio podría seguir sin resolverse. Y mucho peor: si no coincide con ninguna, habrá que seguir a la espera de novedades.Tampoco ayudó a la investigación la ausencia total de testigos. Nadie en el inquilinato donde vivía la joven estudiante o en las calles del barrio percibió a alguien sospechoso. Los vecinos aseguran no haber escuchado ruidos y solamente se percataron del hecho una vez que vieron el humo que salía del inmueble.Tras el crimen, el 10 de abril del año pasado, la Justicia detuvo a un joven estudiante de Antropología, de 23 años, ante testimonios de sus propios conocidos y otros que lo habían escuchado alardear sobre la autoría del aberrante crimen.El sospechoso permaneció detenido varios meses, hasta que finalmente fue liberado, ya que de los primeros test de ADN no surgió resultado que lo incrimine. Después, no se registraron nuevas detenciones.El misterio se cierne entonces sobre el crimen de Lucía, que consternó a Posadas y la provincia durante los primeros días de abril de 2013.Aquel sábado 6, alrededor de las 21.45, vecinos de la calle Estado de Israel al 3.495, en el barrio de Villa Urquiza, dieron aviso a la Policía sobre un principio de incendio en el departamento “2” del complejo estudiantil “Doña Elsa”.Por una ventana, los habitantes del barrio lucharon con el principio de incendio hasta la llegada de los uniformados. Allí se descubrió que en el interior se encontraba sin vida Lucía, una joven de 24 años oriunda de Capioví que en Posadas estudiaba Gastronomía, pero que antes había pasado por la carrera de Comunicación Social de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales.Contra las hipótesis de un principio, la autopsia realizada al día siguiente estableció que la muchacha había sido masacrada a golpes en la cabeza. Antes, el autor del hecho la había violado. Fue entonces que los detectives confirmaron también que el asesino intentó esconder el hecho y provocó un incendio, que finalmente no sucedió.Para ese último objetivo, había iniciado el fuego en un ropero de la habitación y en un colchón de la joven, tras lo cual abrió una garrafa. Pudo ser mucho peor, pero había poco gas y las llamas se apagaron a los pocos minutos.La necropsia arrojó como causa de la muerte “traumatismo de cráneo e inhalación de monóxido de carbono”. De sus partes íntimas las autoridades sustrajeron muestras de semen. Algunas ya fueron utilizadas para el cotejo genético; sólo resta la última, que podría dar mayores precisiones.A los pocos días del crimen, Cardozo, efectivos policiales y miembros de la Secretaría de Apoyo para Investigaciones Complejas del Poder Judicial (Saic) realizaron en la escena del crimen una prueba de luminol. Ese examen fue revelador: antes de escapar, el homicida intentó limpiar el lugar y luego se aseó en el baño. Estuvo varios minutos en el cuarto sin que nadie se percatara. Un accionar tenebroso.Un año después, la investigación continúa a la espera de una pista nueva que permita señalar al autor del hecho. De momento, eso es solamente un deseo, una esperanza de todos los que piden justicia por Lucía. “La mayoría se fue de acá por el miedo” POSADAS. Flaca, siempre con libros y carpetas entre los brazos, algunas veces con sus compañeras de estudio. Y con la juventud robada. Así recuerdan en la cuadra donde fue hallada masacrada a Lucía. PRIMERA EDICIÓN recorrió la zona para saber cómo sigue el barrio y cuáles son las sensaciones, incluso en el inquilinato donde todo sucedió.Emilio Salto tiene 25 años y es de Eldorado. Al igual que casi todos los que viven actualmente en el complejo “Doña Elsa”, es estudiante de Enfermería. Sin embargo, de los seis inquilinos que alquilaban en el lugar cuando ocurrió el homicidio, es el único que decidió quedarse.“La mayoría se fue de acá por el miedo. Hay seis departamentos y después del hecho, al poco tiempo, los otros cuatro se marcharon”, cuenta Emilio, quien sostiene que la zona es tranquila y que no se registran mayores hechos de violencia. Justamente por eso y porque asegura que nunca tuvo miedo es que decidió quedarse.Cuando todo sucedió, Salto no se encontraba en Posadas. Se enteró por vía telefónica. Primero le dijeron de un incendio. Temió por su moto y sus cosas. Es que el vive pegado al departamento “2”, donde encontraron muerta a Lucía. Después, cuando supo que habían matado a la joven, el frío se apoderó de sus venas. “Me chocó, fue algo muy fuerte. Fue horrible”, recuerda. Él, como todos en el barrio, pide por justicia para Lucía y asegura que “le da bronca” saber que todavía no hay responsables.Como Emilio, Marcos Soares (23) también es estudiante de Enfermería. Vive al otro lado de donde vivía Lucía, aunque recién se mudó al lugar semanas después del hecho.Confirma la versión de su compañero de estudios, pero agrega algo más. “La mayoría se fue por miedo. Por miedo a que algo así vuelva a pasar”, explica. ¿Un temor quizás infundado fue el que llevó a cuatro jóvenes a literalmente a escapar de ahí? No se sabe. Lo cierto es que ninguno estuvo dispuesto a averiguarlo.Soares dice que la cuadra es tranquila, aunque reconoce que por las noches suelen juntarse grupos de jóvenes en la zona del arroyo Vicario y que hay veces que se escucha de ro
bos o agresiones.Tal como su compañero, Marcos pide justicia por el aberrante crimen que, asegura, les toca de cerca “porque era estudiante como nosotros”.Emilio y Marcos son vecinos de Walter Journet (41), hasta hace meses su compañero de carrera. Ya recibido, el enfermero oriundo de Buenos Aires llegó al inquilinato en busca de un lugar donde vivir. Sólo estaba disponible la “2”, donde ocurrió el crimen. No lo dudó.“Cuando llegué acá, sabía lo que había pasado. La verdad es que nunca me generó nada y no me afecta en ningún sentido”, reconoce Walter, más allá de que señala que la situación que vivió la víctima, por lo que leyó y escuchó en los medios, “fue horrible”.“Mucha gente tiene cierto prejuicio. Hay quienes tienen miedo o dicen que una situación así les generaría algo más, pero a mí no”, sostiene Journet sobre el imaginario colectivo, sobre esa extraña sensación de comer y dormir en un lugar que fue escena de un crimen.Si bien el departamento fue reacondicionado luego de que permaneciera varios meses cerrado herméticamente por orden de la Justicia, algunos rastros quedaron con el paso del tiempo. “Hace un par de semanas que me puse a limpiar el baño y descubrí restos de hollín”, confiesa el enfermero. Es cierto que algunos lo hubiesen pensado dos veces: en ese mismo lugar el asesino tomó un baño luego de matar a Lucía y escapó.Más allá de todo, Walter coincide con el pedido de justicia de los habitantes de la zona: “ojalá esto no quede en la nada; la situación me genera mucha bronca, no me entra en la cabeza que haya pasado algo así. No debería volver a suceder jamás”.Claudio Franco tiene 40 años y vive desde los 5 en la cuadra. Vive pegado al inquilinato y los “respiraderos” del monoambiente donde vivía Lucía dan directamente a su patio. Por eso es que él fue el primero en alertar a la Policía sobre la humareda que salía del lugar aquella noche del sábado 6 de abril de 2013.“Vi el humo y me di cuenta que venía de al lado. Llamé al Comando Radioeléctrico y primero no me hicieron caso. Tuve que llamar tres veces para que vinieran”, recuerda todavía con algo de bronca.Junto a otros vecinos, Claudio decidió no esperar la llegada de las autoridades y se metió en el inquilinato. Con baldes y otros recipientes, apagaron las pocas llamas que había en el lugar. Lo hicieron desde la ventana y fue allí cuando notaron que había un cuerpo en el interior, entre las dos camas.“Ahí nos dimos cuenta de lo que había pasado. Y después nos enteramos que la habían matado”, rememora. Como el resto de los vecinos, sostiene que esa noche no escuchó ni vio nada raro en las inmediaciones.Aunque pasó un año, Claudio asegura que el barrio “sigue preocupado” por el salvaje homicidio y espera una respuesta. Se muestra un poco más crítico sobre la seguridad y señala que, un año después, en la zona se siguen registrando robos, principalmente en la zona del arroyo o en los lugares menos iluminados. Esas calles oscuras fueron la vía de escape para el asesino de Lucía.





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